Tres en uno
Actualizado: GuardarLa fiscalía iraquí pide la pena de muerte para Sadam Husein y tres de sus más íntimos asesinos. El malévolo D'Artganan, con alfanje en vez de espada, comparece ante los tribunales en una especie de jaula de madera. También sus tres ex mosqueteros: los que fueran jefe de los servicios de seguridad, vicepresidente y jefe de los llamados tribunales revolucionarios. Hay que preguntarse si valía la pena que hubiera tantas muertes para pedir ahora estas cuatro penas de muerte.
Se ignora el número exacto de iraquíes que fallecieron bruscamente desde la invasión de su territorio. Los americanos, que siempre llevan mejor las cuentas, dicen que han muerto 2.500 compatriotas suyos a partir de que los detectives del presidente Bush no encontraran las armas de destrucción masiva que sirvieron de excusa para la guerra. También hay muchos desaparecidos. Ahora, 8.000 miembros del ejército de ocupación están buscando no al soldado Ryan, sino a los soldados Thomas y Kristian, de los que no se sabe nada desde el viernes último, cuando su puesto próximo a Yusufiya fue atacado.
La pena de muerte siempre es odiosa, pero hay que reconocer que mucha gente seguiría viva si se hubiese aplicado con anterioridad el sátrapa Sadam y a sus más cercanos verdugos. Ahora se le acusa de la matanza de 248 chiíes en represalia por un atentado. Al ex presidente de Irak quisieron cargárselo en varias ocasiones, pero no tuvieron suerte. El oficio de dictador es muy arriesgado. En primer lugar no pueden fiarse ni de su sombra y, en segundo, tienen que poner a la sombra a todos los que no le juren su adhesión inquebrantable y a algunos de los que se tema que puedan quebrantar su juramento.
Sadam Husein ha acusado al tribunal que lo juzga de marioneta de Estados Unidos. En algo tenía que tener razón.