Cemento
Actualizado: GuardarLa metáfora como arma política debió surgir en el mundo clásico, pero, salvo excepciones, fue más dialéctica que agresiva, tal vez porque entonces la mujer no existía en el medio público. Muchas centurias después, el argentino Jorge Luís Borges se erigió en el padre de la metáfora moderna, recargada como el propio espíritu porteño y profundamente melancólica al igual que la impasible frustración argentina. Y, ahora, en los tiempos que corren, la metáfora es un arma lacerante de destrucción controlada en el mundo político ilustrado (porque también hay un espacio político hirsuto, casposo e inmovilista).
De todas las metáforas posibles ahora mismo en la Andalucía política, la más gráfica es la que representa el cemento, esa mancha gris parda que se va extendiendo inexorablemente por el litoral andaluz ante el quietismo del poder político y la irritación, o impotencia, de los grupos conservacionistas. El cemento, pues, como metáfora de la corrupción de la vida pública, en general, y foto-fija, en particular, de las contradicciones de la acción política. Porque todo es como un círculo siniestro que se visualiza con rotunda claridad en el municipalismo democrático: no existen cauces para la financiación de la política local, lo que empuja a sus actores a modificar la naturaleza de los suelos esquilmando así el medio ambiente a las generaciones futuras. ¿Quién rompe ese círculo inquietante? De momento no se atisba carácter político suficiente en el medio autonómico y estatal para afrontar este latrocinio del suelo rural que atrae a nuestro país a todas las mafias, viejas y novísimas, del continente.
Pero la población, la ciudadanía tiene, tenemos, importantes cuotas de responsabilidad en el desastre. Hay que aumentar el nivel del espíritu crítico ante el poder político y atemperar la lujuria consumista. Y esto ocurre, además, cuando hay más leyes que nunca para proteger al medio ambiente, la inocencia de las doncellas, los derechos de los cuatreros financieros, los bandazos de los tránsfugas y la vida de los queridos linces. El sarcasmo se ha convertido, paralelamente, en un arma de defensa personal.