La nobleza obliga
Actualizado: GuardarLos Saboya se las traen. Mi amigo Jaime Peñafiel, que cumple con toda perfección la dolorosa tarea de estar al tanto de lo que ocurre en las casas reales y adosados, describe a ese linaje como «borrachos, chulos y pendencieros». Aquí la formaron cuando la boda de Felipe y Letizia. Ernesto de Hannover cogió una castaña de tal calibre que no pudo asistir a la ceremonia y los príncipes Amadeo de Aosta y Víctor Manuel hicieron un brillante combate habilitando como ring el Palacio de la Zarzuela. Según los asistentes a la velada, hicieron combate nulo.
Salvo las revistas del corazón y de la entrepierna, nadie sabe qué hacer con este tipo de parásitos cuando pierden su única posible misión, que es la ejemplaridad. Ahora el príncipe Víctor Manuel de Saboya está detenido. Es la única manera de detener sus escándalos. Le acusan de proxenetismo y de corrupción y asociación para delinquir. Precisará de abogados tan inteligentes como mentirosos para probar su inocencia.
Hay que tener en cuenta que su infancia y primera juventud no fueron exactamente como las de El Lute. De niño vivió en el Palacio del Quirinale en Roma, con sus ahuyentados padres, rodeado de criados genuflexos y de obras de arte.
El auto de arresto de este rey sin trono y sin vergüenza supera las dos mil páginas, que son probablemente más de las que ha leído en su vida. En el tocho se hace constar su tendencia a contraer amistades peligrosas: capos de la mafia siciliana y empresarios como Silvio Berlusconi y Licio Gelli, que estuvo en chirona y actualmente cumple arresto domiciliario.
Una vida sin dar más golpe que los de mano. Lo mejor que puede decirse de él es que cuando se muera subirá el euro.