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Ahogados en el gran debate

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El debate sobre el Estatut catalán, que la semana próxima será ya una realidad oficial, remite para dar paso a otro de mucha mayor envergadura, siempre soterrado, siempre latente, nunca del todo ausente desde el comienzo de la transición: el del futuro territorial de España. ¿Hacia dónde vamos?, se preguntan muchas gentes. Algunas, alarmistas, dicen, en voz más o menos alta, que el país se rompe, se fragmenta, que el Estado va dejando paulatinamente de ser Estado. Otros, simplemente, otean soluciones: ¿nos estamos convirtiendo en un país federal de hecho, aunque nadie lo proclame desde las tribunas homologadas?

Es el caso que el Gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero anda como irritado ante lo que considera «una deslealtad» del Partido Popular apoyando de manera explícita a quienes más pesimistas se muestran sobre la marcha del Estado. Privadamente critican que el estado mayor del PP se personase en un acto en el que el cardenal Rouco Varela, ex presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Madrid, hizo algunas consideraciones pesimistas sobre los peligros que acechan a la unidad de España; un acto que se consideraba la antesala del plenario de la Conferencia Episcopal que esta semana analizará ese tema, la unidad de España, que no todos los obispos contemplan bajo el mismo prisma. Sorprende, una vez más, el relativo silencio del presidente de la Conferencia, monseñor Blázquez, frente al protagonismo de monseñores Rouco y Cañizares.

Pero el previsible éxito del Gobierno central con el apoyo de los catalanes al Estatut constitucionalizado puede verse empañado, y así lo admiten miembros del Ejecutivo, ante las «resistencias al cambio» que se radicalizan en el campo del PP y de todo cuanto el PP representa. Veremos si, en la posible conversación que mantenga próximamente Zapatero con Rajoy, el jefe del Gobierno es capaz de convencer al líder de la oposición para que suavice algo su hostilidad a los procesos catalán y vasco. Al primero, por irreversible; al segundo, por esperanzador. Desde La Moncloa se repite que la política del no a todo acabará costando cara a los populares; pero, en momentos de mayor sinceridad, algunos colaboradores del presidente reconocen que, sin al menos una cierta anuencia del PP, temas como el intento de paz con ETA podrían verse abocados si no al fracaso sí, al menos, a mayores tensiones de las previstas y deseables.

Y es aquí donde interviene la actitud de una mayoría de los integrantes de la Conferencia Episcopal: haciendo llegar a la ciudadanía mensajes de preocupación por la unidad de España muchas cosas que el Gobierno quiere edificar se tambalean, dada la influencia moral y el predicamento de la Iglesia. Zapatero, que considera, aseguran, que lo que era el problema catalán ha quedado resuelto para mucho tiempo está dando prioridad absoluta ahora a tratar de solucionar el problema vasco. Y ya conocemos, o intuimos, el trepidante calendario que el presidente se ha marcado para llegar a la negociación formal con ETA. Las próximas cuatro semanas van a ser extenuantes, ya lo verán; y el gran debate nacional entre dos Españas empeñadas en no comprenderse va a radicalizarse más, aún más, si nadie lo impide, que parece difícil que lo impida.