¿Y si fuera la economía?
Actualizado: GuardarLa nmensa mayoría de los análisis políticos de coyuntura que se publican en los medios y son obra de periodistas o de politólogos especializados vinculan el éxito y el fracaso de los dos grandes procesos en marcha, el de reforma territorial y el de desaparición definitiva de la violencia terrorista, con los resultados de las próximas elecciones generales. Se piensa, en fin, que ambos asuntos serán los que el elector evalúe a la hora de votar cuando llegue el momento, bien en los primeros meses del 2008, bien anticipadamente si así lo decide -bastante improbablemente- el jefe del Ejecutivo.
Y, sin embargo, bien pudiera ocurrir que para entonces la principal preocupación política de la ciudadanía fuera la economía. Verdaderamente, estamos viviendo un prodigio: desde 1995, ya con Pedro Solbes al frente del área económica del Gobierno, no hemos parado de crecer a un ritmo notablemente superior al europeo, lo que nos ha permitido acelerar la convergencia real con nuestro objetivo comunitario hasta casi lograrlo completamente. Las dos legislaturas del PP sirvieron para avanzar también decisivamente en el camino de la liberalización y desregulación económicas de la mano de Rodrigo Rato, y el PSOE, nuevamente con Solbes de superministro económico, ha mantenido el piloto automático, sin atreverse siquiera a introducir cambios significativos: tanto la reforma laboral ya pactada como la reforma fiscal son apenas pequeños retoques de lo preexistente.
Pero aunque el PIB continúa creciendo a un ritmo espectacular -del orden del 3,5%- en un sistema económico benéficamente influido por los relevantes flujos inmigratorios que llegan al mercado de trabajo, los nubarrones que se ciernen sobre el horizonte son cada vez más oscuros, y comienza a ser francamente extraño que el titular de Economía, un hombre experto y no sólo curtido en la labor ministerial sino también como miembro de la Comisión Europea, siga de brazos cruzados, sin reaccionar ante las amenazas ni adoptar las medidas que parecerían adecuadas para frenar el riesgo.
El gobernador del Banco de España, que está de despedida, ha lanzado algunas certeras advertencias (es conocido que Jaime Caruana no tiene buena sintonía con Solbes, pero las discrepancias ideológicas no deberían afectar a las opiniones técnicas): el continuo avance del nivel de endeudamiento de las familias, que supera ya con creces el Producto Interior Bruto, y que se ha hecho en gran medida mediante créditos a interés variable, hace a nuestra economía muy sensible a cualquier modificación de los tipos de interés. En estas circunstancias, y si la situación se adereza con otro dato recién publicado, el de que la construcción de viviendas en España creció el primer trimestre del año un 19% con respecto al mismo período del año anterior, se llegará fácilmente a la conclusión de que estamos corriendo un grave riesgo ya que una caída brusca de los precios del inmobiliario, una subida fuerte de tipos o una desaceleración económica podrían provocar una catástrofe.
Pero hay además dos riesgos adicionales que merodean a nuestro alrededor: el elevado y creciente déficit exterior y la alta inflación, que no se explica únicamente por los altos precios de la energía y que tampoco se debe a la presión salarial ya que los costes laborales se benefician de los menores sueldos de los inmigrantes.
No ha de ser imposible actuar sobre el mercado inmobiliario para frenar la especulación -que es un motor mucho más potente que la demanda real de viviendas-, limitar el endeudamiento y reforzar la solvencia del sistema crediticio mediante la exigencia de garantías más sólidas. Y, en todo caso, nada debería oponerse a convertir la conquista de la productividad en el objetivo central del Gobierno, lo que requeriría inversiones extraordinarias en el sistema educativo y en I+D+i. Es preciso, en fin, que el modelo económico actual se deslice suavemente hacia otro más sostenible, y ello habría de hacerse precisamente ahora, cuando estamos todavía en época de 'vacas gordas' y es posible realizar sacrificios poco onerosos para los sectores de menores rentas, que son los que en primer lugar resultarían damnificados por la hipotética crisis. Si así no se hace, quizá dentro de dos años el problema ya requiera una cirugía mucho más dolorosa.