El calcetín sueco
Actualizado: GuardarA instancia parlamentaria de la portavoz andalucista en la Cámara, Pilar González, el presidente Chaves reconoció ayer que el nivel educacional andaluz anda regulín: dos puntos por debajo del nacional, si bien el presidente subrayó el esfuerzo inversor del Gobierno andaluz en la materia, casi un punto más que el de la media estatal.
Repuesta correcta del presidente, pero manifiestamente profundizable: un porcentaje importante del déficit educacional andaluz procede del propio ámbito familiar del escolarizado. Y no mencionar la circunstancia equivale a la pirueta escapista, porque si al gobernante le corren la badana en sus comparecencias parlamentarias y públicas, el interpelado tiene todo el derecho a exponer las causas del desaguisado, educacional, en el caso que nos ocupa, y nadie puede ignorar en estos tiempos ese consumismo feroz y tutelaje pringoso familiar de los infantes que tanto «efectos no deseados» está produciendo en la vida andaluza, en particular, y en la española, en general. Contaba hace diez años el escritor sueco Henning Mankell en una de sus novelas policíacas (La quinta mujer) que el deterioro de la vida sueca, consumismo, violencia gratuita, pérdida de los valores tradicionales, insoportable insolencia de los adolescentes, etcétera, comenzó cuando en Suecia se dejó de zurcir caseramente los calcetines. Toda una metáfora para explicar el proceso de degradación de la vida sueca que tanto nos recuerda, en muchos aspectos, la realidad que estamos viviendo en España. Y añadía Mankell: «estos adolescentes de hoy que lucen niveles altísimos de violencia gratuita serán reemplazados por generaciones posteriores más violentas, aún». Insisto: lo escribió hace diez años.
Es cuando menos razonable pensar que si desde el poder político se regaña los comportamientos sociales en una coyuntura concreta, ahí no se acaba la vida; otra cosa es que el conservadurismo político rehuse criticar al cuerpo social. Porque parece que la crítica siempre tiene que ser desde la base hacia el poder, y no a la inversa. Tener miedo a «quemarse» en política siempre es innoble.