La marea roja toma cuerpo
La herencia de la Eurocopa de Portugal permite a la selección sentir el aliento en directo de 6.000 seguidores que sueñan con la final de Berlín
Actualizado: GuardarLa marea roja inundó Portugal con motivo de la Eurocopa cuando nadie esperaba ese caudal de aficionados. España siempre ha sido una selección sin seguidores. Es la idiosincrasia del fútbol español. Los aficionados son de clubes, pero pocos del equipo nacional. Salvo Manolo 'el del Bombo' . Por entonces se pensó que la cercanía con el vecino país facilitó las oleadas de camisetas rojas. Los especialistas que siguen al equipo se quedaron estupefactos cuando comprobaron tal volumen de apoyo. No esperaban el mismo caudal en el Mundial de Alemania porque los precedentes no eran nada alentadores.
En la Copa del Mundo de Corea y Japón la colonia española era inexistente y los únicos gritos de aliento salieron de las gargantas de familiares y amigos. Dos años más atrás, en la Eurocopa de Bélgica y Holanda, España se sintió sola y huérfana. Las aficiones rivales dominaron la grada y en el espacio reservado para los españoles sólo había ejecutivos con pantalón de pinzas y polo de marca cara, amén de algún emigrante despistado.
España no estuvo sola ayer en Leipzig. Todo lo contrario. Sus seguidores se desplazaron en masa e inundaron las terrazas y las calles de la ciudad con sus pinturas de guerra: rojo y amarillo. Y lo que es más significativo. Con el vaquero y su camiseta de la selección. Con su Raúl, Torres, Joaquín o Iker del alma en la espalda. Es curioso. Cuando el país atraviesa por una etapa convulsa a raíz del auge de los nacionalismos, el pueblo se echa a la calle al son de 'a por ellos', embutidos en la 'roja'. Más de 6.000 aficionados de todos los puntos del país, desde Navalvillar de Ibor (Cáceres) a Huelva, pasando por Gandía (Valencia), Las Palmas, Sevilla, Barcelona, San Sebastián... hasta los Príncipes de Asturias no quisieron perderse uno de los mejores escenarios para fomentar el patriotismo.
Ejemplo real
Si eso sucedía en riguroso directo en el Zentralstadium de Leipzig, huelga visualizar lo que ocurrió en un país que se reservó para el postre tan apetitoso arranque mundialista. Chiringuitos playeros con plasmas de considerables proporciones, apaños laborales para dar sentido a la palabra flexibilidad. Aunque en muchos casos la presencia ante el televisor naciera con la mosca detrás de la oreja -cosas de esta selección-, no era cuestión de quedar como un raro o rara para la inmensa mayoría de los españoles.
Dando ejemplo, por aquello del cargo, el rey Juan Carlos seguro que animó al piloto del helicóptero real a que 'abriera gas' para perderse lo menos posible del partido, cuyo inicio le pilló en pleno desplazamiento de la base aérea de Alcantarilla a Madrid. Vaticinó el monarca entre los suyos un triunfo español y era consciente de que «me perderé el primer gol de España». La reina Sofía captó la señal televisiva desde Bangkok y le gustó lo que vio. Como a todos.