La fiesta de Kaiserau
La presencia del equipo español y de su séquito de medios de comunicación revoluciona este tranquilo barrio de Kamen
Actualizado: GuardarSi se trataba de encontrar un lugar apartado y apacible para la larga concentración del Mundial, la selección española ha acertado de pleno eligiendo el Sportcentrum Kaiserau de Kamen. Las instalaciones tienen la sobriedad que les dan sus más de treinta años, pero cuentan con todo lo necesario: cuatro campos de entrenamiento, residencia, gimnasio, piscina climatizada y cancha cubierta, además de un centro de talasoterapia. Y no sólo eso. Aparte de sus dotaciones, este centro de alto rendimiento es conocido en Alemania por su efecto talismán. No en vano, fue el lugar de concentración de la selección germana en el Mundial de 1974 y en la Eurocopa de 1990. En ambos casos, como se recordará, los alemanes se alzaron con el título. Por lo visto, Jurgen Klismann no debe ser supersticioso; de lo contrario, Kamen sería ahora la capital del país.
En su lugar, este pueblo de 48.000 habitantes situado en la cuenca del Ruhr, entre la región de Sauerland y la de Münsterland, una tierra minera de cuyo pasado industrial sólo quedan algunas viejas chimeneas de coquerías alzándose entre los bosques, es el epicentro de España. La presencia del equipo nacional ha revolucionado Kamen, sobre todo el barrio de Kaiserau, en la medida en que puede revolucionarse un pueblo alemán de casas bajas con tejado nórdico, jardín bien florido y garaje con Mercedes en la puerta.
Pasadas las diez de la mañana, cuando los internacionales de Luis Aragonés se dirigieron al campo de entrenamiento, alrededor de 400 personas les escoltaron en su camino pidiéndoles fotos y autógrafos por encima de la valla de seguridad que protegía a los jugadores. Lo cierto es que el trabajo matinal de la selección española fue una fiesta para los niños de Kamen. Los había de todas las edades. Desde infantes de tres años pastoreados por las monitoras de su guardería hasta escolares pasando por adolescentes soñadoras con las mejillas pintadas de rojo y amarillo.
Con mirada de detective
La mañana era espléndida. «Este solazo lo ven aquí tres días al año», informaba Paco, un gallego afincado desde hace treinta años en Gelsenkirchen que no dejaba de sorprenderse viendo a tantos niños del corazón de Westfalia agitando banderitas españolas y lanzando gritos de apoyo a los jugadores de Luis Aragonés y repentinos vivas a España. Ya me podrían haber recibido así cuando llegué a Alemania con el macuto, parecía pensar el emigrante.
El entrenamiento, que se prolongó durante hora y media, fue seguido con diversos talantes y actitudes. Hubo espectadores (Paco, el gallego, era uno de ellos) que lo observaban todo con una mirada de detective o periodista hambriento, intentando descifrar las claves ocultas de las decisiones del seleccionador a la hora de repartir los petos. Otros presenciaban la sesión más relajados y el resto, una minoría, se entretenía jugando al fútbol sobre el césped que rodeaba al terreno de juego o buscaba alguna de las pocas sombras libres.
Berta y Kathia, dos quinceañeras del barrio de Methler, optaron por otra táctica. Previsoras, habían ocupado el primer lugar de la valla, junto a la salida de los jugadores. Berta se había pintado las mejillas con los colores de la selección y Kathia llevaba una camiseta de la selección con el nombre de su ídolo a la espalda: Luis García. Pasadas las doce, este cronista puede testificar que la muchacha consiguió el autógrafo del delantero del Liverpool y que la cosa debió impactarle tanto que se puso a dar gritos de alegría mientras saltaba con las manos en el corazón. Una escena.