Cartas

¿Vuelven las cadenas?

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El sector más cutre y reaccionario de la ciudadanía gaditana, de la mano de algunos hosteleros que jamás se interesaron por Cádiz (sino solo por su bolsillo), y en perfecta conexión con un Ayuntamiento demagogo e irresponsable, trata de recuperar para la ciudad unos festejos que afortunadamente fueron erradicados con el derribo de la plaza de toros, asociada también a torturas y fusilamientos de prisioneros.

En las oscuras épocas del medievo y de la inquisición, animales y personas eran atormentados en plazas públicas, para disfrute de un público insensible y bárbaro. Afortunadamente, todos estos infames espectáculos fueron desapareciendo de Europa a medida que la población avanzó en sensibilidad y cultura.

Pero todavía quedan en España gentes que gozan contemplando la degradación de un soberbio y noble animal, que llega a la plaza ya torturado (con las astas manipuladas, los riñones destrozados, los ojos velados por la vaselina y la respiración entrecortada por los algodones...) y que acaba convertido en un guiñapo que chorrea y vomita sangre. Es divertido, ¿verdad?

Hace unos años, un toro cayó muerto nada más salir a la plaza, en la feria de Sevilla. El comentario, en privado, era que se les había ido la mano con las descargas eléctricas. Otro punto más en el listado de los horrores (casi que podrían darle lecciones al ejército invasor de los EE UU.) Y es que, además, las corridas de toros son una estafa. Pero, como en la época de los romanos, son muy rentables para gobernantes sin escrúpulos. Y en este punto ya nos llevan alguna ventaja los catalanes, que tienen prohibidos estos festejos en plazas portátiles.

Todos los seres vivos merecen un respeto. Quienes disfrutan con la tortura, sea de quien sea, además de carecer de ética, son unos sádicos. Y quienes argumentan que el desgraciado toro de lidia es una «especie autóctona» que se conserva gracias a las corridas, deberían consultar el informe que sobre el mismo realizó un equipo de biólogos de Doñana, que determinó que de autóctono no tiene nada, es decir, que tiene tantas mezclas como el más humilde de los perros callejeros.

Ante esta involución que nos hace regresar al circo, los ciudadanos sólo tenemos en nuestras manos la protesta, el voto y el boicot a los establecimientos comerciales y hosteleros que lo sufragan o que les hacen publicidad.

Purificación González de la Blanca. Cofundadora de AGADÉN