Once días
Actualizado: GuardarEl Gobierno quiere reducir el plazo con el que los canales deben comunicar anticipadamente su programación. Hasta ahora, las cadenas deben hacer público su plan semanal de emisiones con once días de antelación; el proyecto gubernamental pretende limitarlo a siete días. Pero las revistas de televisión necesitan esos once días para que les dé tiempo a preparar la información y servírsela a los lectores. Aún así, ya sabemos todos cuántas veces se rectifica la programación anunciada.
Por otro lado, este plazo de siete días tampoco colma las aspiraciones de los canales: para ellos sigue siendo una anticipación excesiva. Conviene recordar el origen de esta cuestión. Esa norma de los once días de antelación no es una graciosa canonjía concedida a las revistas de la tele. Es un periodo que tiene por función asegurar que el espectador estará en condiciones de elegir con la información suficiente. Muchos cientos de miles, quizá millones de espectadores seleccionan su menú televisivo según la información que proporcionan las guías y semanarios del ramo. Es un instrumento que garantiza un consumo responsable.
El instrumento necesario para esa soberanía es una información exacta y por anticipado. Si no hay tal, o si la información es falsa, el ciudadano queda perjudicado. Por la misma razón está prohibida (en fin ) la contraprogramación: si se veta que los canales puedan alterar su programación sobre la marcha, no es por hacer la puñeta a los canales, sino para favorecer al espectador. Las cadenas, por supuesto, ven las cosas de otra manera: para ellas, la tele es un negocio y, en consecuencia, reclaman su derecho a maniobrar. Pero aquí es donde los canales resbalan, porque, aunque con frecuencia esto no se dice, las cadenas no son solamente negocios, sino que la televisión está concebida por nuestra legislación como un servicio público, incluso si lo gestionan manos privadas (sólo los canales por cable y satélite quedan fuera de esa consideración). Esa condición determina que su primer objetivo sea el espectador. Es un principio al que los espectadores no debemos renunciar.