San Felipe, desde El Vaticano II
Actualizado: GuardarLa polémica que no cesa, que en la calle se hace clamor, ha comenzado estos días a difundirse por ciertos medios, haciéndose eco de determinada parte interesada. Que los defensores de la no desacralización de San Felipe pertenecen al Concilio de Trento, no son solidarios, no representan a nadie... Con tales argumentaciones difícilmente puede sostenerse su posición.
Es precisamente el Concilio Vaticano II, en su Constitución sobre la Iglesia nº 37, el que señala «el legítimo derecho de los fieles -y en algún caso la obligación-, de manifestar su parecer sobre aquellas cosas que dicen relacionadas con el bien de la iglesia, en la medida de los conocimientos, de la competencia y del prestigio que posean». Y advierte a los pastores que «consideren atentamente a Cristo, con amor de padres, en las iniciativas, peticiones y deseos propuestos por los laicos. Y que reconozcan cumplidamente la justa libertad que a todos compete dentro de la sociedad temporal». Manifestar, por tanto, su criterio con honradez no puede tacharse de insolidario, de tridentino, sino de ejercicio responsable de un derecho y un deber reconocidos por el Vaticano II.
En la acusación de insolidaridad se esconde otra falacia más grave. La cesión-venta de San Felipe sería considerada una forma de colaboración de la iglesia en la celebración de los actos del Bicentenario de las Cortes de 1812. En la mente de todo gaditano y en el deseo de todo cristiano está sin duda la celebración de la efemérides con la mayor solemnidad y con proyectos que perpetúen su memoria en el futuro. Pero esa meta común, e ilusionante, puede tener caminos divergentes entre los políticos y finalidades diversas en la iglesia, cada uno dentro de su legítima autonomía. «La misión de la Iglesia no es de orden político, económico o social, sino religioso. Pero de esta misión religiosa derivan tareas, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana». Son palabras también del Vaticano II en la Constitución sobre la iglesia en el mundo. Desde lo específico de la actividad eclesial, no desde el mero dominio exterior ejercido con medios humanos, la iglesia puede aportar a la sociedad humana, al hombre de hoy y a su historia, un sentido y significado más profundo; puede ser fermento y alma de una sociedad distinta. A lo largo de los siglos ha adaptado el evangelio a los conceptos y a la lengua de cada pueblo y lo ha ilustrado con el saber filosófico. Es ley de evangelización. Testimonio de ello podría ser también nuestro Oratorio: presencia de la iglesia en el quehacer político de su tiempo y manifestación del evangelio a través de su arte. Siguiendo esa ley de evangelización, nuestra iglesia de Cádiz podría ser también promotora de un centro de estudios hispanoamericano, de acciones de colaboración con los pueblos hermanos, impulsora de los ideales constitucionales de 1812..., teniendo su Oratorio como sede, ejemplo y estímulo.
Marcelino Martín Rodríguez. Cádiz