Réquiem
Actualizado: GuardarMi perrillo, se ha muerto. Dijo el veterinario que era lo mejor, que estaba muy mayor, muy tocado, que operar era prolongar el sufrimiento, que era mucho dinero y no había apenas posibilidades. Ayer por la tarde le pusieron la inyección bajo la mirada de mi padre, que también era su padre. Y se fue despacito, sin hacer ruido, con su humildad de perro, de la misma manera que había pasado su corta y dolorosa enfermedad.
El Epo, el Epito, el Corcuera, el Chico, el Epín Coneín, el espectador activo de las alegrías y los dolores de mi familia. El perro que apoyaba su cabecita en los pies de mi madre para llorar con ella cuando pasó aquello, el animalito que me recibía con su hospitalidad nerviosa al volver a Cádiz, el amigo de mi padre, el tremendo follarín que pasaba las noches fuera detrás de las perritas; el golfo, el sucio, el tierno.
Dijo el veterinario que era lo mejor, y así se hizo. Y el perrito paró de sufrir, de vomitar, de arrastrar su pequeño cuerpo por el pasillo de mi casa. Resulta extraño que nos guardemos los gestos de humanidad solo para los animales. O que la esperanza quede reservada exclusivamente a los hombres. No sé.
¿Ay, Epito! Se te echa de menos, ¿sabes? Tu alma de perro, tan grande y generosa, tus ladridos por la mañana, tu mirada limpia. Hasta ese olor horrible que traías siempre de la calle...
Descansa en paz, perrito.