Los medios de comunicación
Actualizado: GuardarF altaban unos minutos para las diez de la mañana. Como cada día, celebraba yo la eucaristía matinal rodeado de un pequeño y entrañable grupo de personas. El silencio era intenso, religioso. Después de comulgar, todos dábamos gracias a Dios. El silencio, en ese momento, en el Oratorio de San Felipe, ya digo, era profundo y elocuente: Dios estaba entre nosotros.
Pero algo rompió aquel Tabor cotidiano y amable y me devolvió bruscamente a la realidad: un móvil anónimo y estridente desgranaba las notas del Himno a la Alegría. Sin embargo...
Aún había algún resto de hermosura en aquella maltratada música beethoveniana y entonces agradecí también a Dios la obra del de Bonn y la de tantos y tantos músicos, poetas, artistas... que, con palabras, o acaso sin ellas, nos transmitían esa sublime belleza que sólo, entiendo, se alcanza plenamente en Dios. Así se lo dije a aquellos amigos, y nos comprometimos a tener muy presentes en nuestras familiares reuniones, en las misas, a esos hombres y mujeres que, auténticos prometeos, también nos ofrecen medios para acercarnos al bueno de nuestro Padre.
Yo tenía iniciadas unas líneas, reflexionando sobre los medios de comunicación, ya que en este domingo de la Ascensión, la Iglesia conmemora la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Pretendía que, por amistad más que por su valor intrínseco, este periódico me las publicase. La cosa iba sobre internet en el umbral del tercer milenio, sobre cómo se diluía el concepto mediático en un mar de brutal intimidad y anonimato, sobre su auge y la superación de cualquier otro medio, y sobre las bondades y maldades de este invento. También sobre el mundo sospechoso, caótico y, quizá, avocado al colapso informativo, que la red podía provocar. Un poco apocalíptico, creo.
Pero me acordé de Beethoven. ... de Beethoven, y de Bach, y de Mozart, que han sido verdaderos comunicadores de esa chispa de la divinidad a ellos reservada y que, pródigamente, han sabido hacer llegar al resto de la Humanidad. Y, no sólo a los grandes maestros de la música, sino a todos los artistas les debemos mucho, porque el arte también ha creado fuertes lazos entre los hombres. Han consagrado pueblos, han aunado voluntades, han iluminado horizontes, han sido -también- causa de nuestra alegría. Con una pluma, con un pincel, nos han revelado quiénes somos y porqué vivir. Han denunciado injusticias, nos han devuelto la esperanza, han hablado, en un poema, del amor, de la vida y de la muerte. Es verdad que el Arte auténtico descubre al Hombre. Por eso todo artista honrado con su espíritu tiene un algo de evangelizador, de vocero de Dios.
Aún más: en nuestra civilización, occidental y cristiana, los artistas de todos los siglos han sido explícitos evocadores de las verdades reveladas por Cristo. Mensajes en los capiteles románicos o en el luminoso gótico de las catedrales. Dignidad del hombre creado a imagen de Dios en el humanismo del Renacimiento, y unción cristiana en las grandes obras del barroco. Y el arte de nuestro tiempo, reflejo de la limitación y pobreza del ser humano, buscando soluciones a su problema existencial. ¿El Cine! ¿Qué gran medio de comunicación, para el bien o para el mal!
El lenguaje para cumplir el mandato evangélico de anunciar a todos los hombres qué hemos visto y oído es infinitamente rico y diverso, como la paleta de un pintor. El hombre, por ser hombre, se abre de mil maneras a su hermano y, a través de la inefabilidad de lo artístico, ha encontrado la más simple, la más directa, la más verdadera forma de comunicar el mensaje salvador que mantiene la esperanza. Toda la belleza del mundo en el David, toda la sabiduría del Evangelio en la cruz. Cuando Dios se reveló al primer hombre, su hijo, lo hizo creando y preparando para él un jardín: una verdadera obra de arte.
Por eso, hoy, en esta Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que me perdonen mis amigos los de la prensa, o los de la tele o la radio. Seguro que los Pastores de todo el mundo les harán llegar sensatas reflexiones sobre la ética o sobre cosas verdaderamente importantes y rezarán por ellos. ¿Qué sé yo! Pero, por esta vez, yo quiero acordarme de esos otros comunicadores. De Munch, por ejemplo: en mi habitación una lámina del Grito de aquel hombre me recuerda constantemente la angustia del rostro del Crucificado de nuestros días. Por eso, porque el artista me mantiene despierto, porque me ha acercado a Dios, porque hoy un móvil chillón e indiscreto me trajo su recuerdo, mi gratitud a esos hombres y mujeres que tanto pueden hacer por nosotros abriéndonos horizontes de verdad y amor.
N.B. El pequeño grupo de San Felipe rezará por vosotros, algún día u otro, en la misa de nueve y media.