TEMPLE. César Jiménez ejecuta un natural a su segundo enemigo.
PRIMERA DE LA FERIA DE LA MANZANILLA DE SANLÚCAR

Escaso público y excesivo tedio

Destacó César Jiménez que cortó una oreja a cada toro en una deslucida corrida de Barral

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El escaso público que acudió a la coqueta plaza de El Pino, vivió una corrida muy al uso de la previsible y monótona tauromaquia contemporánea.Toros al límite de las fuerzas y de la casta, que suelen despitorrarse al primer remate con los burladeros, un tercio de varas sometido permanentemente a la dictadura del monopuyazo, un tercio de banderillas que se cambia con sólo dos pares, y toda la brega entregada a una extremada premura. Todo ello con el único fin de mantener al toro con los máximos muletazos posibles para la faena de muleta. Que, al fin y al cabo, es la que otorga las orejas y posibilita los triunfos a los matadores. Poco importa, para ello, que se hurte al aficionado de la belleza de la pelea en varas y de la gallarda medida de su raza en los caballos. En éstos parámetros transcurrió este festejo que se saldó con un sonoro triunfo de César Jiménez. Su primer enemigo presentaba una embestida violenta y áspera pero con la casta y transmisión necesarias como para que lo que hiciera con él el madrileño poseyera verdadera enjundia e importancia. Con un toreo templado y poderoso, de mano mandona y baja, obtuvo el lucimiento por ambos pitones a base de series plenas de hondura y pulcritud. A partir de lo cual, sintiéndose el toro derrotado en su emotiva lid con el matador, redujo su pujante acometividad y la faena descendió entonces en intensidad. Ayudados y adornos finales precedieron a una estocada caída. El sexto de la suelta evidenció escasez de fuerzas y una codiciosa embestida, revolviéndose con presteza. Se dobló con él Jiménez por bajo con gusto y torería, ejecutando tandas de derechazos largos y mandones. Tras sufrir un achuchón al intento del toreo al natural, tomó raudo la espada con la que dejó una gran estocada. El primero de Castella no llegó a entregarse nunca en los engaños, si bien el francés aprovechó el buen pitón derecho del de Barral para dibujar series limpias de derechazos, aunque carentes de apreturas. Su segundo presentó una embestida bronca e incómoda, con la que pudo hacerse al bajarle la mano en los medios. Pero entonces el astado manifiesta su poca fuerza y su escasa casta, tendiendo a caerse y a rajarse. Demostró Castella una buena y aprendida técnica, un valor sereno y sin aspavientos, pero ante las negativas condiciones de sus oponentes no pudo pasar de un afán infructuoso.

Se presentó Manzanares a la concurrencia con decididas verónicas cargando la suerte y rematando con airosa media en los medios. Pero el toro presentó un recorrido corto y una acometida rebrincada, adversidades que no llegó a superar, en voluntarioso trasteo, el alicantino. Con el que cerró plaza, basó el trasteo por el pitón derecho de un animal que se había partido la mazorca al rematar con ímpetu a un burladero. De escaso aunque muy noble viaje, sólo permitió que Manzanares se estirara en muletazos sueltos, sin llegar a cuajar series redondas ni completas.

Sorprendió la empresa con el inesperado regalo de la actuación preliminar del rejoneador Martín Burgos, quien ante un bravo y codicioso animal, destacó con la correcta ejecución y estupenda colocación de banderillas al quiebro, dejando venir mucho al toro y provocando el delirio del respetable. Lástima que errara en la suerte suprema.