EL RAYO VERDE

La ciudad y el tiempo

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Se ha celebrado estos días en Barcelona un congreso internacional titulado Tiempo, ciudadanía y municipio. ¿Esas cosas que hacen los catalanes!, me dirán. Pero el asunto de las políticas del tiempo viene de antiguo. Me habló de ellas hace unos cuantos años Anne Hidalgo, la isleña que es número dos del Ayuntamiento de París, como de una idea de procedencia italiana que su alcalde, Bertrand Delanöe, estaba intentando poner en marcha en la capital gala. Se trata de un concepto tan abstracto y utópico como ideal y evidente: Hay que tratar de adaptar, me decía, los tiempos de la ciudad a los tiempos de la vida de la gente. Es decir, que si las oficinas cierran a las dos y los bancos también, nadie que trabaje en una oficina podrá hacer una gestión bancaria, por lo tanto se impone que éstos prolonguen su horario; que si hay un puente festivo haya guarderías para que quienes tengan que trabajar puedan dejar a sus hijos atendidos, que si los jóvenes vuelven de la Punta el sábado de madrugada, funcionen autobuses

En el congreso de Barcelona se ha hablado de crear una red de ciudades que trabaje con el objetivo de que las personas que las habiten puedan armonizar los tiempos de su vida personal, laboral y familiar desde muchos puntos de vista: desde la planificación del territorio, desde la arquitectura, el diseño del transporte, incluso desde la iluminación pública nocturna. Casi nada. Espero recibir las conclusiones para ver si les ha sido posible llegar a concreciones interesantes, porque sin duda puede haber medidas sencillas y baratas. Como las hay en otra de las líneas de trabajo que más novedosas me parecen ahora mismo, la ciudad y la mujer, es decir, cómo las ciudades no han sido pensadas para las mujeres. Pero ese es otro tema.

El asunto del tiempo está tomando importancia en el debate ciudadano. Se habló de crear una red de ciudades lentas, como símbolo de calidad de vida, pero no he visto que tal propuesta haya prosperado. Se lanzan ahora planes y hasta iniciativas legislativas para imponer un horario más lógico a los trabajos, al estilo europeo, y existe una Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles que trabaja intensamente por poner de relieve las incongruencias de la situación que vivimos: trabajamos más horas que nadie, pero nuestra productividad es de las menores. Debe ser que las cosas se están volviendo insostenibles y empiezan a alzarse voces de desesperación. Yo lo dije en la mesa redonda sobre conciliación que se celebró en la Asociación de la Prensa de Madrid. Hay que dejar de sufrir en silencio, como dice el anuncio, y hacer visible la situación.

La buena gestión del tiempo es, sobre todo, un asunto personal -El tiempo, el tiempo y yo es un verso de un poema de Juan de Mairena que siempre me ha inquietado-, pero también de género, porque somos las mujeres trabajadoras las más perjudicadas por los desmesurados horarios laborales.

Se cuenta una reveladora anécdota de Amparo Moraleda, la presidenta de IBM España. Comentó con sus directivos qué les parecería salir a las cinco de la tarde. Ellos dijeron: «Estupendo, mejoraré mi hándicap» y ellas: «Magnífico, podré llevar a los niños al dentista, o a las tutorías, o al baile, podré hacer la compra...».

Sin embargo, no sólo es cosa de mujeres. He comprobado que también los hombres están hartos de esta dinámica de reuniones infinitas o eternos almuerzos de trabajo y que en cuanto ven una alternativa, se apuntan. Por ejemplo, los desayunos. Yo defiendo que es mucho mejor quedar a primera hora, cuando estamos más despejados, y a mediodía irnos a comer a casa. El otro día se unió a la tendencia el director de El Corte Inglés de Cádiz, que reunió a los medios a las diez de la mañana para celebrar los cinco años de la apertura del centro en la ciudad. El encuentro fue conciso, agradable y no nos faltó la sobremesa.

lgonzalez@lavozdigital.es