Editorial

Errores en Irak

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Aunque los portavoces de los dos líderes habían dejado claro desde el miércoles que ni el presidente norteamericano, George W. Bush, ni el primer ministro británico, Tony Blair, anunciarían nada revolucionario en relación con Irak, no pudo evitarse que se suscitase una cierta expectación internacional sobre su reunión en Washington y la posibilidad de que se adelantase algún tipo de calendario para una eventual vuelta a casa de las tropas destacadas en Irak. Pero, como ya se había adelantado, no fue así. Convencidos de que serán sus sucesores quienes tomen algunas medidas que ya apenas caben en sus respectivos calendarios políticos personales, Bush y Blair -en un tono grave y, hasta cierto punto, resignado- se limitaron a reconocer en la rueda de prensa conjunta celebrada en la Casa Blanca que han cometido errores -la traumática desbaazificación tras el fin de las operaciones militares, subestimar la fuerza de la insurgencia y, el peor de todos, Abu Graib-, pero que pese a los tropiezos creen haber hecho lo correcto y mantendrán, por lo tanto, el rumbo de su política en Irak. Sin embargo, la realidad a la que se enfrentan ambos mandatarios es bastante descarnada: más de tres años después de iniciada la intervención militar, los importantes logros conseguidos -Constitución, elecciones democráticas y formación de Gobierno-, están siendo eclipsados por las cuantiosas bajas sufridas entre los militares estadounidenses y la población civil, casi 2.500 soldados y alrededor de 35.000 iraquíes, y el continuo goteo de yihadistas que acuden al país para bregarse como terroristas. Incluso la Coalición, que nunca fue un esfuerzo multinacional comparable al de la II Guerra del Golfo, ha comenzado a diluirse lentamente ante la complejidad y duración de una posguerra tan violenta. Bush y Blair pasan las horas de popularidad más bajas de sus carreras y parecen concentrarse ahora en atenuar en lo posible las repercusiones políticas a sus sucesores y aportar a sus sociedades esperanzas respecto de un posible fin de la tragedia que pasaría por que el nuevo Gobierno iraquí fuese capaz de sustituir a los efectivos angloamericanos.