PROMOCIÓN. Prado, ante la sede de la Asociación de la Prensa.
Cultura

Una revisión pavorosa

Benjamín Prado presenta en Cádiz su novela 'Mala gente que camina', que rescata un episodio solapado: el masivo robo de niños de republicanos por parte del Franquismo

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Casi todos los seres humanos tienen la tentación de achacar sus peores defectos a los demás. Las sociedades también. Benjamín Prado (Madrid, 1961) deslizó anoche la clave de su nueva obra (Mala gente que camina, Alfaguara) al asegurar que «hemos trasplantado algunos de los horrores de nuestra historia a otros lugares: cuando hablamos del robo de niños de presos torturados pensamos inmediatamente en Argentina o Chile, pero nunca en España». La obra del madrileño, celebrado como representante de los nuevos poetas españoles y más minoritario como novelista, descubre con horror que las mismas atrocidades sucedieron antes y aquí, entre nosotros, en la España descorazonada de los años 40 y no al otro lado del Atlántico.

La obra del autor madrileño ha resutado polémica. Utiliza el muy galdosiano recurso de introducir un personaje de ficción entre nombres reales para llamar la atención sobre una historia semidesconocida, solapada, silenciada por el cobarde interés mayoritario. «Más que una página pasada, es una página arrancada de nuestra historia».

Nombres y apellidos

Benjamín Prado recupera aquel Auxilio Social, la institución inicalmente benéfica que nació al amparo de Mercedes San Bachiller, la viuda del sanguinario Onésimo Redondo, para asistir a los huérfanos de la época -por aquel entonces hijos de militantes activos o pretendidos del bando republicano que fueron represaliados, encarcelados, torturados, asesinados o todas esas cosas juntas-. La trama, que Prado basa en la ficticia escritora Dolores Serma, descubre como esa red supuestamente solidaria degeneró por los rencores de la guerra y los delirios franquistas en una fábrica de bebés y niños que eran arrebatados a la poca familia que les quedaba para acabar en el seno de otra, franquista, que necesitaba un hijo «e incluso, en algunos casos excepcionales, un criado para toda la vida, un peón o una especie de esclavo gratis».

Prado admite un afán revisionista «que cuestione teorías e instituciones únicas, que 30 años después son aceptadas sin un debate necesario para que una democracia sea real». En su historia aparecen muchos nombres reales, que ayer pronunció sin temor.

El poeta que presenta novela aporta su versión sobre personajes considerados «campeones de la democracia antifranquista que no lo fueron tanto, como Dionisio Ridruejo» y se muestra impío con el patriarca de los Vallejo-Nájera, al que compara con ideólogos genocidas, o con Pemán, «el gran mentiroso del régimen».

Prado admite que su postura le enfrenta a las opiniones de autores a los que admira, como Caballero Bonald o Quiñones, pero considera imprescindible revisar, dudar, investigar, analizar y debatir. Y ya ha dado el primer paso.