LOS PELIGROS

La carrera

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Habrán visto alguna vez una de esas pruebas de ciclismo en pista donde los competidores dan pausadamente unas vueltas al circuito, vigilándose, antes de arrancar uno de ellos a la carrera, intentando coger al otro desprevenido para que no llegue a alcanzarle. De alguna forma, hemos vivido los preliminares de la presentación del puente como escaramuzas políticas de vigilancia antes de que empezara de verdad la carrera electoral. A estas alturas ya lo habrán leído todo sobre el famoso puente. Me voy a quedar con esa imagen de la ciudad entre dos aguas, tal como se verá desde su altura, geográficamente más isla que nunca pero menos aislada. Y, como sugiere esa imagen, una ciudad todavía perpleja y confusa. No está mal que los políticos reivindiquen su contribución a ese puente, que cortejen a la ciudad. Con frecuencia caemos en el menosprecio fácil de un trabajo público que alguien tiene que hacer, ingrato, mal pagado y expuesto a la crítica no siempre justa de los demás. Que no gestionen los mejores, o que a éstos terminen por expulsarlos los mediocres o los aduladores, es culpa nuestra por no reclamar contra ellos lo suficiente. La presentación del puente, con plazos inmediatos, con presupuestos, con concreciones hasta ahora echadas en falta, debe recibirse no con agradecimiento, más propio de súbditos, sino con el reconocimiento de los ciudadanos a sus políticos que están haciendo, esta vez sí, un buen trabajo.

Naturalmente, como todo trabajo bien hecho, abundan los que quieren adjudicárselo. Para ganar la carrera. Personalmente no creo que ese puente, aún siendo tan fundamental, vaya a hacer ganar a nadie las próximas elecciones. Que se van a dirimir en el terreno mucho más inmaterial de la credibilidad. O si quieren, el de la empatía personal. En nombre de los afectos se cometen muchas injusticias, se relaja el sentido crítico, se tragan ruedas de molino sobre la escasa capacidad del equipo que acompaña, nunca mejor dicho, al líder particular de cada uno. Sólo desde la afinidad personal puede entenderse que, en las municipales, la alcaldesa consiguiera casi siete mil quinientos votos más que los de su partido en las generales, un año después. A quienes la ven como protectora maternal de la ciudad, les termina por resultar indiferente su grado real de participación en lo que la ciudad consigue. Todo se debe al final, de una forma u otra, a ella. Sea cierto o no. Quienes practican esta especie de conformismo filial ajeno a la política, al análisis y a la crítica se arriesgan a que, a base de no pedir, terminen por no darnos nada. No es nuevo, porque ya pasó con Carlos Díaz, un político entrañable pero gestor sin apoyos, a quien también se le pedía que ejerciera de patriarca resolutorio. Creo que el trabajo de ambos se merece el respeto de la crítica, no la adhesión inquebrantable.

Y si el puente no va a decidir las elecciones, deberían relajarse, mostrarse generosos. Nadie le debería discutir a Carlos Díaz ser el primer impulsador serio de ese puente, truncado por la pérdida de las elecciones; ni tampoco ocultar las gestiones de Teófila ante el Ministerio de Fomento para que no se abandonara ese proyecto, cuando es cierto que estuvo dormido en el trámite de información pública siete años, dos de ellos gobernando ya su partido, que tardó otros cinco en la Declaración de Impacto; ni se debería decir ya más que los socialistas estuvieron siempre en contra de algo que van a hacer, muy mejorado y muy distinto de los antiguos proyectos. La alcaldesa no debería cometer la tremenda injusticia de airear unos panfletos que mienten una oposición socialista al puente, que se cae por el peso de los hechos. Cuando los socialistas catalanes han hecho exactamente lo mismo, los populares se han querellado por ese «ataque infame e ignominioso». Según la Ley de Publicidad, base de una de sus demandas, insistir en adjudicarse todo el mérito, venciendo la supuesta oposición socialista al puente, es publicidad engañosa porque induce a error y es desleal porque provoca el descrédito del otro. Cuando lo honesto es reconocerle a cada uno la medida exacta de sus contribuciones. Cuesta tanto.