LA RAYUELA

Nuevos ricos

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Es difícil fechar las generaciones, entre otras cosas, por que demógrafos e historiadores no se ponen de acuerdo ni siquiera en la duración de las mismas. Tampoco en la fecha de referencia, aunque con frecuencia se ligan con grandes sucesos como las guerras o los cambios de régimen. En nuestro caso, aunque la referencia adecuada debiera ser 1979, muchos sentimos que somos de una generación que sólo es entendible si la fechamos unos años antes, quizás en 1976. Es así, por que son los años donde el cambio social y político se acelera, haciendo posible un horizonte de esperanza, que es el que define o configura nuestra identidad generacional.

Es muy probable que la corta distancia en términos históricos impida valorar en su justa medida la transformación acaecida. El proceso que nos ha llevado desde la dictadura a la democracia, desde la autarquía al capitalismo global, desde la mojigatería a la liberalidad, de un país de emigrantes a otro de inmigrantes, o desde la pobreza a una riqueza estadística (aunque mal repartida), ha sido un «cambio social total».

Una de las claves comunes a muchos de los problemas existentes que, en mi opinión, no ha sido suficientemente ponderada, es la velocidad o aceleración con que se ha producido el cambio social. Y sin embargo, es probable que sea una variable con gran poder explicativo. Se podría decir que algunos de los males que nos aquejan, son problemas de nuevos ricos, aunque no se trata única o exclusivamente de eso, ya que somos nuevos o novísimos en muchas cosas. Las modificaciones económicas y sociales, implican cambios psicológicos e ideológicos, de valores, normas y pautas de comportamiento, que han de ser asimilados por el cuerpo social, algo que, de ordinario, resulta más complejo, arduo y lento que el cambio político.

Buena parte de los problemas educativos, de las muchas corruptelas, de la violencia de género, de la mala educación, de la especulación urbanística, del consumismo feroz, de la desconfianza en las instituciones o en la política, tienen que ver con la dificultad para asimilar valores, modelos sociales y reglas de convivencia que en otros países se han alargado en el tiempo a través de varias generaciones. Y esto es más cierto en la medida en que, en determinados aspectos, la modernización social nos ha asimilado a los países más avanzados de Europa. En pocos decenios hemos pasado de ser un país separado de su propio Continente por unas élites temerosas de la libertad, a ser referencia de país próspero, que crece más deprisa que la UE (¿quien nos iba a decir que igualaríamos la renta de la Alemania a la que emigró la anterior generación!), más tolerante y abierto a la diferencia que países que fueron para nosotros meca de la libertad y hoy reclaman leyes como las que nos estamos dando en España.

El escritor Manuel Longares ha dedicado su último libro (Nuestra epopeya, Ed. Alfaguara), al propósito de hacernos entender esto: «España es hoy un país próspero y libre, pero somos nuevos ricos y nos faltan tres generaciones para lograr el poso que tienen otros países que han vivido en la opulencia antes que nosotros. Debemos recuperar valores como la solidaridad, la aceptación del trabajo, dedicarse a la obra bien hecha o disfrutar de las pequeñas cosas. Nos costará tiempo, pero creo que hacia allí está nuestro camino». Pues eso.