Rincón de los anticuarios y de dulces con historia
La calle Buenos Aires, que desemboca en San Antonio, es la principal vía para entrar en el barrio del Mentidero
Actualizado: GuardarCon un nombre que traslada a Argentina, es el puente entre la Alameda y San Antonio. Desde los balcones de las viviendas rehabilitadas caen las buganvillas; desde las fincas en estado ruinoso, los trozos de pintura caen al suelo. En la calle Buenos Aires hay dos espíritus: el que nace de la balaustrada de la Alameda, con el sonido del viento de Levante al fondo, y el ruido de los cláxones de los vehículos que intentan aparcar en el estacionamiento subterráneo para llegar al centro comercial abierto de la ciudad.
En la calle Buenos Aires aún huele a herrería, a tinta y a productos para el planchado de la ropa. En Buenos Aires, cada esquina es testigo de un tiempo donde la ciudad conseguía salir del pozo donde la había dejado la Guerra Civil. En la calle hay «buenos» vecinos y «aires» nuevos, mientras su esencia la conserva.
Aunque ya ha desaparecido, la pastelería continúa en la memoria de los vecinos de la zona. Este horno de hacer dulces contaba con el privilegio de ser el más antiguo de España. Hasta la esquina de Buenos Aires con Enrique de las Marinas se acercaban cientos de gaditanos para degustar tan dulces manjares. Familias como los Mora-Figueroa o Martínez de Pinillos compraban merengues y cremas cocinadas por los mejores pasteleros.
Otra vida
Pero la bollería industrial obligó a su propietario, Nando Benítez, a echar el cierre para siempre. De aquel legado creado por el padre de Nando sólo queda una de las siete pastelerías en la zona de la avenida de Portugal.
Las paredes de este antiguo obrador de dulces de la calle Buenos Aires guardan historias que durante muchos años fueron ocultadas. Este comercio permitió a muchas personas que defendían las ideas comunistas durante la Guerra Civil y la posguerra, ocultarse y no enfrentarse a los fusilamientos. También ayudó a muchas familias a sobrevivir a la hambruna. Y en su mostrador, se escribieron las mejores historias de la ciudad.
Nando Benítez también abrió en la calle Buenos Aires un comercio de artículos de decoración y su estudio de escultura y pintura, que aún se mantiene abierto. En su horno, muchos artistas anónimos cuecen sus pequeñas creaciones en barro junto a las obras Niños bajo el paraguas y Gades, entre otras.
En esta galería de arte ha crecido Fernando Benítez, hijo de Nando, de quien ha heredado su amor por la creación y su gusto por la guitarra y el flamenco.
Fernando Benítez cuida el negocio por la mañana mientras crea su última figura: una mujer sentada con el cabello revuelto por el viento. Él es el que atiende a los clientes que desean comprar alguna escultura o terminar alguna figura decorativa.
Lleva tantos años en Buenos Aires que mantiene con el resto de los comerciantes de la zona una relación muy especial. Matilde Castilla comparte acera con Nando. Ella atiende en la Galería Muiños, donde se enmarcan lienzos o fotografías, o se pueden adquirir óleos. Matilde Castilla llegó a este comercio en el año 1978, tres años después de su apertura: «y aún continúo aquí». Cuando echa la vista atrás observa los que se fueron, pero sonríe cuando cae en la cuenta de quienes sobreviven: «¿Las Palomas y Nando! Ellos llevan toda la vida aquí».
Matilde Castilla reconoce que Buenos Aires no es una calle comercial, «y la mayoría de nuestros clientes son de fuera de Cádiz». La encargada de la Galería Muiños señala que «se debe a que los compradores llegan a Cádiz en sus turismos, aparcan en el subterráneo de San Antonio, recogen el producto y se van. Sin embargo, el gaditano evita estacionar en el aparcamiento y encuentra un espacio en una zona muy alejada de la calle».
Artes y antigüedades
Matilde Castilla añade que «los gaditanos no son grandes compradores de pinturas al óleo. Todos piensan que el arte es muy caro, pero no reflexionan sobre el trabajo que ha tenido que hacer el artista para conseguir el producto. Quienes sí lo hacen son los extranjeros que cuentan con su segunda residencia en la provincia de Cádiz y desean adornar sus hogares».
Sin embargo, los gaditanos sí son amantes de adquirir antigüedades. La calle Buenos Aires fue el punto de referencia de anticuarios y compradores. Hasta cinco establecimientos que recibían y vendían antigüedades abrían sus puertas a los aficionados.
Juan Ramón Miñán es el único anticuario que ha sobrevivido al paso del tiempo. Llegó hace 20 años a Buenos Aires, ocupando el espacio que había dejado un estudio de arquitectos y, con anterioridad, un taller donde se daban baño de oro, plata o metal y, al final, se quedó: «gracias a la actividad que tengo». Juan Ramón explicó que «tanto en Cádiz como en la provincia, existen muchas personas interesadas en adquirir estos artículos».
Este anticuario reconoce que «las ventas han cambiado mucho, pero no porque sea distinto el poder adquisitivo de las familias, sino porque los pisos son cada vez más pequeños, tal y como anunció la ministra de la Vivienda».
Juan Ramón Miñán apunta que «al vivir las familias en un espacio de 40 metros cuadrados, impide adquirir cómodas, armarios o mesas antiguas. Muchos se conforman con adquirir un jarrón o un cuadro».
Y es que las costumbres han evolucionado mucho, lo que ha provocado que muchos comercios hayan cerrado sus puertas, como las planchadoras que trabajaban en esta vía o la herrería.
Hasta la calle Buenos Aires, las empleadas de las grandes casas llevaban sábanas, camisas o vestidos para que fuesen planchadas y almidonadas. Y a la herrería llegaban los gaditanos para pedir productos hechos en hierro o para arreglar algún artículo deteriorado.
Siguen luchando
Pero hay quienes permanecen en esta calle: «aunque ahora tenga que estar dos años en el barrio de Astilleros hasta que finalice la rehabilitación de mi vivienda», comenta Angelita Castaño. Ella llegó con nueve años desde Sevilla hasta su casa en el número 6. Desde entonces, ha crecido en Buenos Aires, se ha enamorado, se ha casado y ha dado a luz a sus hijos: «Ahora espero que el de arriba me llame, pero dentro de mucho tiempo».
Ella trabajó como limpiadora en el antiguo cine municipal y actualmente, ya jubilada, se dedica a pasear por su calle cada día «que ha pasado de ser un pueblo a una ciudad».
Angelita conversa con Manuela Sánchez, propietaria de Sánchez, un comercio abierto hace 32 años. Ella inició su actividad comercial vendiendo muebles, pero el negocio no era rentable, por lo que decidió cambiar y vender menaje y electrodomésticos. Manuela comenta con Angelita que «Buenos Aires no es muy comercial, es un sitio de paso para llegar a la plaza de San Antonio». Y allí, en la esquina, José María Peinado llena el estómago con excelentes desayunos mientras que el viento de la Alameda entra por Bueno Aires para morir en San Antonio.