Nápoles-Cádiz-La Habana
Actualizado: GuardarLA GLORIETA Puede que sea un viaje en el tiempo y en el espacio o es un ejemplo de la cultura global que ahora nos invade por cualquier rincón de nuestras vidas. Siempre he escuchado a mis mayores -una antepasada mía era cubana de pura cepa caribeña- que La Habana se parecía mucho a Cádiz. El malecón, las fachadas de sus casas, el mar rompiendo las olas en las rocas, la playa y su interminable y fina arena..., el habla pausada de sus gentes, el carácter afable e incluso la parsimonia para moverse intelectual y físicamente.
Pero a mí también me recuerda a Nápoles. Mediterránea, soleada y con la ropa tendida en la fachadas, mostrando al incrédulo paseante las íntimas prendas que al vaivén del aire (y a veces del viento de Levante) enseñan sin rubor los gustos eróticos sentimentales de sus dueños. Napolitanas y gaditanos, unidos en frente común. Aquellas utilizan más la fantasía en braguitas y minisostenes, con colores como el rojo o el violeta que da mucho más morbo al líbido. Nosotros, al parecer, nos ponemos más el calzoncillo de toda la vida: blanco, y en ocasiones, bombacho. La camiseta, sin mangas, aunque sea invierno (que por aquí el frío apenas aparece).
Pasearse por La Viña, Santa María, La Laguna o Astilleros es un ejercicio sociológico sobre el color de la bata de guatiné, el camisón o las chancletas (¿se mete este tipo de complementos en la lavadora automática?). Y en verdad, ¿es necesario que nos parezcamos a los creadores de la pizza? Sinceramente, no. Hay que huir de la vulgaridad y la fealdad estética.