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Hirsi Alí

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Las sociedades modernas se caracterizan por el buen funcionamiento de sus instituciones. Acordémonos de cuando los españoles envidiábamos a nuestros vecinos europeos por la facilidad con la que resolvían cualquier papeleo que aquí nos costaba la intemerata. Yo me topé con un funcionario en el ayuntamiento capitalino que se negaba en rotundo a casarme en Madrid si no me daba de baja en el censo de Cádiz. Tardamos por lo menos tres meses en ponernos de acuerdo, aunque siempre creí que su obstinación obedecía a un sabotaje ideológico y religioso hacia el matrimonio civil. Ahora todo es más fácil, al menos teóricamente. Quieres matricularte en un curso de budismo en Berlín, y no tienes más que rellenar una ficha y teclear el número de la tarjeta de crédito y enviarlos por internet. Por teléfono se puede pedir la partida de nacimiento de un tío que vivió en Helsinki y que te ha dejado unos euritos. Hasta va a ser posible cambiarse de sexo sacando un número como esos que expenden en las carnicerías de los supermercados, sin necesidad de someterse a listas de esperas ni indiscretas preguntas por parte del facultativo de turno. Y todo, gracias a la cooperación europea y a la aniquilación de las plúmbeas fronteras geográficas y políticas que impedían una fluida libertad de movimientos. Sin embargo, todo parece irse al garete de pronto cuando se trata de aplicar la elasticidad de la ley a casos o a personas que por algunas oscuras razones no interesan a los gobiernos. Me refiero a cómo Holanda, de tan luenga tradición liberal, ha retirado la nacionalidad a la diputada de origen somalí Ayaan Hirsi Alí, por el hecho de haber falseado su edad en dos años y su lugar de nacimiento, algo que ya había contado en sus últimos libros.

Con la eficacia y rapidez que caracteriza a las sociedades modernas, a esta mujer que se ha significado por su lucha contra la guerra e injusticia en los países africanos, por la emancipación de la mujer en la cultura islámica y por su persistente intransigencia al racismo y la xenofobia en Europa, se le ha privado de su nacionalidad holandesa y, por ende, de su escaño parlamentario. Qué erróneo y qué penoso. Error porque se ha perdido la posibilidad de mostrar magnanimidad política, sobre todo cuando se trata de un caso previamente confesado y sin excesivo argumento delictivo. Pena porque supone tirar por tierra toda una labor política y humanitaria, consistente en desenmascarar los abusos y atropellos que en nombre de una subjetiva interpretación coránica se lleva a cabo en determinadas sociedades islámicas. ¿Qué voz más autorizada podía hacerlo desde el corazón de Europa que Hirsi Alí? Pero aquí no aprendemos, y al final nos sumamos por una u otra razón a las filas integristas que reclaman el cese de esta «inadmisible diputada». ¿Será que en nombre de la ley nos convertimos en impertérritos burócratas, como aquel funcionario madrileño que no quería casarme? Después nos extrañamos del divorcio. Me refiero al de Europa y su gente.