La violencia crea adicción
Actualizado: GuardarLos penalistas saben que la violencia crea adicción, y no sólo porque llega un momento en que el hecho de asesinar produce un sobrecogimiento placentero sino también, en el caso de las bandas, cuadrillas o grandes organizaciones criminales, por la emoción de vivir en riesgo permanente y experimentando a menudo como en éxtasis la fraternidad del clan. Con décadas de retraso sobre el buen razonamiento, ETA ha iniciado su proceso inconfesado de desintoxicación evitando el consumo del tóxico más duro, es decir, el asesinato, para anunciar al cabo de tres años y desde la oficialidad de su encapuchamiento que ha decidido renunciar a su drogadicción. Es un proceso difícil, necesitado de alicientes, de estímulos compensatorios. Pero en ningún caso de contraprestaciones políticas. En ningún caso.
Y será, como ya han advertido todos, un proceso largo, en el que algunos perderán en algún momento los nervios, la banda podría llegar a amenazar con romper la baraja y los ortodoxos fanatizados con sembrar tachuelas en el sendero de la paz. El sábado salió ETA por peteneras maximalistas en el diario Gara, como si tuviera voz en la futura mesa de conversaciones/negociaciones políticas, y no ha sorprendido la reacción pesimista de quienes siguen el asunto del alto el fuego etarra con gran escepticismo. La banda no inspira la menor confianza, ni siquiera a quienes se esfuerzan en confiar en sus recientes propósitos.
Ante la larguísima entrevista de los dos encapuchados al Gara, el Gobierno ha recomendado serenidad, pero sin el tono de voz que emplea el capitán del barco a punto de hundirse sino con el silencio del filósofo tagalo que menosprecia todo lo que no resulta trascendental. La alta dirección de ETA está obligada por otra parte a persuadir a sus comandos, novicios callejeros, soportes logísticos y equipo de recaudadores de que el alto el fuego es el inicio del fin de la violencia, y de que el fin de la violencia abre las puertas a un éxito político, como sería la autodeterminación y la unidad de Euskal Herria, dos imposibles. Y para cuando esa doble imposibilidad quedase comprobada, ETA habría dejado presumiblemente de existir, si en la hoja de ruta hacia la paz que parece haber diseñado el Gobierno no aparecen obstáculo imprevistos o por ahora imprevisibles.
Se le ha quedado a ETA muy estrecho su respiradero sociopolítico, pues la actitud del PNV, defendiendo la tesis de que antes de hablar de política tiene que haberse consolidado la paz, deja a Batasuna como único megáfono etarra, y si la banda decidiera que la participación de esa coalición abertzale en las elecciones municipales del 2007 es más importante que su tarea de altavoz, ya nadie en Euskadi hablaría de violencia sin condenarla, porque Otegi la tendría que condenar, para legalizar a su gente.
El lehendakari Ibarretxe arde en deseos de sentarse a una mesa para negociar cualquier plan soberanista sobre el futuro de Euskadi, aunque tenga que rebajarlo para consensuar el futuro con el constitucionalismo, pero controla sus nervios, pone el verano por medio entre hoy y sus ansias de mesa, y ayer recomendaba que nadie se ponga nervioso, y que en los próximo meses hablaremos de política, añadiendo que «hablar de política corresponde a los partidos políticos». ETA recibirá como aliento a su terapia de desintoxicación un trato aún por determinar a sus presos, como suele ser habitual con estas organizaciones criminales que abandonan la delincuencia.