Intelectuales españoles
Actualizado: GuardarEn los últimos tiempos, más que nunca, se piden voces autorizadas que expongan con claridad y firmeza una intrerpretación de nuestra actualidad. A quienes hablan con voz propia y, además, se les otorga un reconocimiento se les llama intelectuales. Julián Marías lo ha sido, no para todos pero sí para muchos. Los que han entendido su obra y su vida ha sido porque han comprendido la razón profunda de su vida y de su pensamiento.
Para otros muchos, sólo se han quedado en que era un discípulo de Ortega, de la denominada Escuela de Madrid. La cual tiene su origen en el ambiente intelectual que creó Ortega en la Universidad Central. La formaban García Morente, Xavier Zubiri, Besteiro, María Zambrano y José Gaos, entre otros. En torno a 1933 se construye la ciudad universitaria y se promueve la reforma educativa de la Enseñanza Superior propiciada por la Segunda República. En 1935 terminaban sus estudios, en la especialidad de filosofía, los que luego se llamarían a sí mismos los «siete magníficos»: Francisco Álvarez, Emilio Benavente, Manuel Granell, Julián Marías, Manuel Mindán, Leopoldo Eulogio Palacios y Antonio Rodríguez Huéscar.
Para algunos, Julián Marías es el discípulo oficial de Ortega. Es cierto que era discípulo y que como permaneció en España se vio obligado a defenderle ante instancias más escolásticas que la de su maestro, que era en ese momento la filosofía oficial. Así, cuando se inicia una campaña frente a Ortega, Marías escribe Ortega y Gasset: ante la crítica. El idealismo en El espectador (1950) y Ortega y tres antípodas. Un ejemplo de intriga intelectual (1950), pero lo que quisiera subrayar de estas obras es que Marías las escribe desde la reconciliación y no desde la confrontación, de ahí su carácter dialogante y constructivo. Así se refiere a uno de los polemistas: «... el pensamiento de Ortega que él ve... no se parece absolutamente nada a lo que entienden... discípulos o continuadores suyos».
Pero todo ello le llevó a no lograr ser doctor en la primera defensa de su tesis doctoral hasta 1951 y no llegar a ser profesor en la Universidad española, hasta que se le concedió una cátedra en 1980, una vez llegada la democracia, que ocupó durante unos años. No obstante, en 1964 fue elegido Académico de la Lengua española.
Para otros, aquellos que se suponía que tenían que acogerle, no lo hicieron por ser Julián Marías un pensador católico.
No obstante, su figura intelectual fue creciendo desde su primera obra, Historia de la filosofía (1941), que delata la filiación a la Escuela de Madrid. La dedicatoria se la dirige a García Morente, el prólogo es de Xavier Zubiri y el último capítulo se lo dedica a Ortega. Las siguientes obras le sitúan en la órbita de la razón vital, es decir, de una filosofía en la que la razón vertebra y orienta la vida personal, pero le añade su peculiar signo de una actitud radicalmente metafísica. Se interesa por una Antropología metafísica (1970), pues el análisis de la vida y de cuanto hay le arroja la necesidad de una forma o de una estructura que explique lo que sucede.
En esta búsqueda de una teoría universal a Marías le interesa la pasión por la verdad y el amor. Pues «la condición amorosa es la raíz de toda ilusión» y muchos estudios han recordado y han valorando la enseñanza que supuso Marías para tantos cuando con convicción y coherencia, tras la muerte de su esposa en 1977, afirmaba: «La vida no termina con la muerte». Su filosofía llena de vida y para la vida, sus obras más históricas y hasta sus reseñas sobre el cine le hacen ser un intelectual que algo tenía que decir ante los demás, su bondad y afabilidad nos hicieron ver a todos, que a pesar de sus duras circunstancias, merece la pena vivir y pensar como él lo hizo.