A CLASE. Un grupo de asistentes a una de las sesiones de la escuela expone sus temores y comparte sus experiencias como padres y madres.
Sociedad

De vuelta al 'cole'

Preocupados por cómo educar a sus hijos, cada vez más adultos acuden a las Escuelas de Padres y Madres a aprender pautas que les ayuden en la formación de sus pequeños

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Pasa frecuentemente. Para cuando uno aprende los trucos de ser padre o madre, la criatura ya se las sabe todas: evadir un castigo, esconder una trastada, insistir ante un capricho hasta conseguirlo... En resumen, camelarse a sus progenitores. Cuando uno se da cuenta, es demasiado tarde. Ya no valen la actitud autoritaria ni la negociadora, la amistosa o la liberal. Entonces surgen las dudas. ¿Seré buen padre? ¿Por qué no consigo que me obedezca? En la mayoría de los casos, la falta de disciplina tiene solución. A la hora de educar no hay fórmulas mágicas, pero existen algunas pautas que se pueden seguir y que, a la larga y con paciencia, pueden dar muy buen resultado.

Con este fin se crearon las Escuelas de Madres y Padres, unas reuniones organizadas por algunos centros educativos y ayuntamientos y dirigidas a personas con hijos en edad escolar. A pesar de su manifiesta utilidad -¿qué hacer ante una pataleta de su retoño en medio del parque?-, su público suele ser «poco numeroso», como explica Ana Vidal, asesora del gabinete provincial de Cultura de paz y no violencia de la Consejería de Educación.

El tema estrella en estas sesiones es cómo inculcar disciplina, una información muy codiciada, y a menudo más sencilla de lo que parece. Cada etapa tiene sus características, contratiempos y remedios para atajarlos. Los adultos que ponen en práctica lo aprendido en estas clases lo saben.

DE DOS A SEIS AÑOS

Fantasía y egocentrismo

En esta franja de edad, los niños derrochan imaginación y arrancan la sonrisa de los mayores sin ningún esfuerzo. Cada gesto, palabra e, incluso, las travesura provocan una reacción en su entorno. También es momento de vivir experiencias nuevas: el cole. «Es el momento de que todos las personas que influyan en la educación del niño -padres, profesores, asociaciones del barrio, ayuntamientos...- trabajen de forma conjunta y tengan una comunicación más fluída», explica Vidal.

Por otro lado, los padres empiezan a desarrollar su manera de educar, una mezcla entre su forma de ser y lo que ven que funciona. Los hay sobreprotectores, autoritarios y liberales, pero una de las tres tendencias marcará la actitud. «En el término medio está la virtud, por lo que lo ideal es encontrar el equilibrio entre los dos extremos», aconseja.

¿Qué hacer ante una rabieta?

Ser el continuo centro de atención puede ser contraproducente a veces. El niño es incapaz de asumir el punto de vista del otro y siente que sus necesidades son prioritarias. Esto suele ser una fuente de conflictos, porque los adultos intervienen continuamente en sus conductas. Ellos, lejos de conformarse, demuestran su oposición con rabietas.

La mejor actitud ante una pataleta es no perder los papeles, teniendo en cuenta que esta conducta entra dentro de lo normal en un niño. La prevención es clave. Hay que evitar que se sobrecargue de cansancio o de hambre. Si se intuye lo que va a pasar, se debe intentar distraer su atención antes de que estalle. Pero, sobre todo, no hay que ceder. Se enviaría al niño el mensaje de que las rabietas le ayudan a conseguir lo que quiere.

¿Cómo se manejan los celos?

La inquietud ante la llegada de un hermano es inevitable. Por eso se debe intentar reducir al máximo el sufrimiento del primogénito. Conviene preparar al niño ante la llegada del nuevo miembro de la familia y cambiar lo menos posible su rutina cuando se produzca el nacimiento. No hay que olvidar prestarle mucha atención y hablar con él de igual a igual para que note que es el mayor.

DE SIETE A DOCE AÑOS

Construye su personalidad

Durante esta etapa se asientan las bases de la forma de ser de cada uno. El niño desarrollará más la conciencia de sí mismo y se sentirá más responsable de sus acciones. A esta edad manifestará pudor en mostrar su cuerpo y evitará desvestirse delante de otras personas. A la par, empezará a interesarse por la información sexual. «Siempre que el niño lo demande, hay que hablar del tema cuanto más naturalmente mejor, siempre de forma real y dentro de su nivel de comprensión», aconseja Vidal.

El premio a la buena conducta

Muchas personas piensan que los niños nacen siendo obedientes o desobedientes. Sin embargo, aunque existen factores de tipo genético y biológico, desde los primeros meses de vida aprenderán a comportarse de una manera u otra en función de las consecuencias que obtengan de sus conductas. Hay que premiar el buen comportamiento, pero no necesariamente con cosas materiales. «Los premios deben basarse en la afectividad, para que el niño se sienta valorado y suba su autoestima», asegura Ana Vidal. Valen privilegios como acostarse más tarde o realizar una actividad que les guste.

Es importante ir variando la propina para que la criatura no pierda el interés y le compense más portarse mal. A medida que el niño crezca, conviene aumentar los requisitos para obtener el premio. Lo que nunca hay que hacer es prometer algo que no se pueda cumplir.

En el caso de los castigos, la cosa se complica. Un niño es castigado a recluirse en su habitación tras haber pegado a su hermana. Allí juega con sus muñecos y con su ordenador, y cuando sus padres le dicen que ya puede salir, él contesta que no. Está viendo en su tele su programa favorito. Eso sí, cuando se presenta la ocasión vuelve a pegar a su hermana. Desde luego, la sanción aplicada no fue la adecuada.

Para Vidal, en el caso de los castigos, lo básico es aplicarlos como «estímulos negativos», es decir, «retirarles cosas que les guste, como sus dibujos animados preferidos» y, sobre todo, «aplicarlos tanto en casa como en el colegio».

En principio, hay que usar el castigo como algo excepcional para que el niño no se habitúe. Así percibirá la gravedad de lo que ha hecho. Al mismo tiempo que se regaña, se le debe animar a actuar de manera adecuada. Si se va a utilizar este método, hay que hacerlo lo antes posible. Nunca, por ejemplo, «cuando venga papá». Cuando se pone una sanción hay que ser firme y no amenazar con un castigo si no se va a seguir adelante. Pierde mucha efectividad.

DE 13 A 16 AÑOS

Época de cambios

Cuando los niños y las niñas dejan de serlo se producen bruscos cambios de humor y de comportamiento. Esta etapa se caracteriza por un único objetivo. Todo adolescente quiere ser normal, es decir, parecerse al resto de individuos de su edad. Si no, se encuentra fuera de juego. También es época de conflictos, pero tienen su razón de ser. Los jóvenes los utilizan con sus iguales y con la familia para establecer su independencia. «Es el momento en que los padres más pronuncian la frase ya no puedo más».

Negociar con un adolescente

A un niño puede bastarle con decir que haga algo porque lo digo yo. Pero el adolescente necesita una buena razón que lo justifique porque deja de aceptar los puntos de vista de los demás sin cuestionarlos. Las disputas entre padres, madres y adolescentes giran casi siempre en torno a una queja de los progenitores en relación con la conducta del hijo. Como en cualquier negociación entre partes, con los hijos también hay que seguir una estrategia. Conviene comenzar la discusión alabando algo positivo que haya hecho. Hay que ser específico con el motivo de la conversación y evitar generalizaciones del tipo siempre haces lo mismo o me mientes porque crees que no te entiendo. «Es importante negociar con ellos, basándose en unas normas que deben estar establecidas desde pequeños, aunque sin excederse en la autoridad», cree Vidal. Es más útil invertir el tiempo en buscar soluciones que en plantear el problema. La adolescencia es una etapa muy complicada, pero no hay que olvidar que también es pasajera.

La importancia de los amigos

La pubertad se caracteriza por la búsqueda de independencia de la familia. Su nueva referencia son los amigos y tener su apoyo será fundamental. La razón: confirmar que lo que les pasa también les ocurre al resto de adolescentes. El hecho de que la relación con sus colegas adquiera más importancia no implica que la relación con la familia sea menos fuerte, simplemente cambia. «Generalmente, ante un problema, los niños consultan primero a sus amigos. Dependiendo del grado de confianza que tengan con sus padres, acabarán o no contándoselo a ellos, sobre todo si el problema se agrava», asegura Ana Vidal.

Un ejemplo de cómo se comportan es el siguiente: argumentos que rebaten en casa, luego los utilizan frente a sus amigos. Pero nunca van a admitir que sus padres tienen razón. En cuanto a los amigos, hay una regla básica: cuanto más les digamos que no nos gustan a nosotros, más les gustarán a ellos.