PICHICHI. Jonathan Sesma celebra uno de sus dos goles que contribuyeron a la manita. / FRANCIS JIMÉNEZ
Cádiz C.F.

Despedida de Primera

El Cádiz abandona la categoría goleando a un Málaga que pronto bajó los brazos La afición ovacionó a jugadores, técnico y presidente y ya piensa en el futuro ascenso

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«Cuando salta al terreno de juego el equipo amarillo se ve la ilusión por todo el graderío...». Suena el himno del Cádiz por última vez en la temporada. Deja de ser de Primera. Sueños rotos, sonrisas maquilladas, lágrimas contenidas, pero también gestos de condolencia, de perdón, de resignación. Los 5.000 que se han ausentado de Carranza muestran el lado más crítico. El resto, un estadio con más de tres cuartos de entrada, descubre a una afición entregada a su equipo, fiel hasta la incomprensión y también con muchas ganas de fiesta. «Gracias afición», sostienen los futbolistas en una enorme pancarta.

«Ese Cádiz, oé» abre el encuentro. Espárrago apuesta ante el Málaga por un once titular similar al de los últimos partidos. Sólo alguna sorpresa. «Armando, Armando», ruge el coliseo amarillo ante la salida del de Sopelana, que aplaude el gesto con emoción. En un debate con Limia el arquero argentino saldría goleado, de ahí que muchos no entiendan el cambio. También está en el césped el renovado Morán y el olvidado Mario Silva (que al final saldría a hombros como los buenos toreros en una tarde de gloria).

Armando se luce

De primeras, la hinchada anima a sus futbolistas, a quienes disculpa totalmente del descenso. Entonces, ¿quién es el responsable? «Espárrago, Víctor Espárrago», cantan los fondos al ritmo de Raphael (aunque con poco apoyo). El entrenador posee todo el cariño del público y él casi no puede responderle de la emoción. Sólo queda la directiva, pero en ningún momento se escuchan silbidos ni proclamas contra el palco. Un descenso sin culpables, sin chivo expiatoria, y un entorno que sólo mira al futuro y considera un regalo estos meses en la elite. «Todos los años lo sufrimos y al final lo conseguimos», cántico un tanto desafortunado por la irrealidad del mensaje.

El Málaga comienza achuchando pero su falta de pegada es vergonzosa. Logra encadenar buenas acciones de gol pero ni Couñago ni Hidalgo dan con la red de «Armando, Armando». ¿Paradón espectacular a Pablo! Y la gente sigue sin entender el cambio.

«Y mete un gol, vamos Cádiz mete un gol». Carranza recupera este cántico ambicioso y deshecha el conformista. Y el equipo responde como se merece. Pavoni agarra un balón en la frontal del área, conecta con Enrique que se se la devuelve con un gran pase en profundidad y el argentino con tranquilidad la envía pegadita al palo. ¿Gol! Dedicado a toda la afición, por supuesto.

«Sí, sí, sí, volvemos a subir». El tanto dispara la euforia y la gente piensa en el futuro emocionando a Muñoz con la proclama que le ha llevado a realizar la promesa de ascenso. La temperatura aumenta, hasta tal punto que se escucha «campeones, campeones» como si fuera cachondeo. Morán cierra su renovación y Fleurquin le da una patada terrorífica a Hidalgo que se convierte en el único lunar de la noche. «Estás loco», comenta asustado el malaguista.

El Cádiz fabrica mejor fútbol, ya sin el doble pivote defensivo y con un Lobos más desaparecido tras el recado de Alexis en forma de patada nada más comenzar el duelo. «Lobos quédate, Lobos quédate, Lobos quédate». Si se va a quedar, a menos que algún loco millonario reúna 20 millones de euros y los ponga sobre la mesa.

Sesma golea

Pese a todo, el Málaga circula mejor la pelota mientras los amarillos, después de una temporada a balonazos, no están acostumbrados a rasear el balón. En estas, De la Cuesta, con el cartel de cedido, cabecea un córner para que bloque Arnau. Y Armando replica con otra gran intervención ante el remate de Alexis.

Entre tanto sudamericano (ayer había seis en el once inicial), el descanso llegaba con los sones del himno andaluz. Nadie en ese cuarto podía predecir la fiesta que comenzaría con el pitido del árbitro y los clamores Oli, Oli, Oli, pues el asturiano había entrado en el campo en sustitución de Lobos. El delantero está como loco por marcar y despedirse con su último gol en Primera.

Su pundonor, y el de sus compañeros, anima al público. En el minuto 56 ocurre algo mágico, asombroso. Un momento que Carranza no ha vivido nunca en su historia, ni en sus días más brillantes. Las gradas comienzan a gritar, a apoyar, a jalear. «Vamos Cádiz, hoy te venimos a ver». Vellos de punta, palmas al compás y los futbolistas que no dan una en el césped, aturdidos por el estruendo que resuena en el estadio. «Que bote Carranza, que bote Carranza», y hasta Teófila se suma a la fiesta. «Que viene la ola», para arrastrar todo lo malo de la temporada e incluso premiar al presidente con una cerrada ovación, a la que Muñoz responde aplaudiendo y poniéndose en pie.

«Alcohol, alcohol, alcohol, hemos venido a divertirnos, el resultado nos da igual». Ojo, el éxtasis llega con un pírrico 1-0. Lo que vendría después sería la apoteosis. Oli se saca una magnífica asistencia de la media derecha y Sesma, después de pararla con el pecho, manda un obús al que Arnau no puede más que responder con la mirada. El acabose. La afición canta el gol como si fuera el de la permanencia, y las gargantas no están claras cuando Pavoni le da un pase de la muerte a Jonathan para que marque a puerta vacía.

Nenad y Lolo dicen adiós

El 3-0 nunca se había dado este año en Carranza. Recordaba a los partidos de Segunda en los que el Cádiz ganaba con la gorra, y es que lo de ayer era prácticamente eso. El Málaga bajaba los brazos de forma ridícula y los de Espárrago no tenían rival, y tampoco estaban por la labor de levantar el pie del acelerador. La hinchada no lo merecía.

Sí que merecían una buena despedida dos grandes personas que futbolísticamente no han triunfado en la Tacita. Estoyanoff, con lágrimas en los ojos y que hasta se piensa lo de quedarse aquí y no volver al Valencia, recogía un balón en el área y remataba a los boquerones con el cuarto. No cabía en sí de gozo, y celebraba su tanto entre alabanzas a la afición y llantos que intentaba disimular tapándose el rostro. «Lolo quédate, Lolo quédate, Lolo quédate».

No sería tan expresivo Nenad que, frío como un témpano de hielo, engañaba a Arnau y completaba la manita. Por cierto, todos ellos en jugada y no de estrategia. Al Cádiz le funcionaba eso de jugar al fútbol, si bien la debilidad del rival era como una alfombra roja que invitaba a una despedida soñada. «Mirosavljevic, lalala».

Había ánimos para todo el mundo. «Málaga, Málaga». «Árbitro, árbitro». «Linier, linier». Ellos también contribuían a una despedida que ni soñada, porque nadie podía imaginar que el Cádiz bajaría de esta forma. Con la afición ovacionando a sus futbolistas e invadiendo el campo con la alegría por bandera. Eso sólo se recuerda con ascensos a Segunda y permanencias imposibles, no con fracasos deportivos. ¿Qué habría sucedido de mantener la categoría? Da igual, porque a la hinchada cadista, en estos momentos, «el resultados nos da igual».