Experimento fracasado
Actualizado: GuardarLos últimos acontecimientos políticos vividos en Cataluña consuman objetivamente el fracaso de un experimento que se prometía arduo y que ha resultado finalmente imposible: el intento de incluir a una fuerza radical y antisistema en un delicado proyecto de reforma institucional: el del Estatuto de Autonomía. Esquerra no ha querido plegarse a la inexorable lógica constitucional y la consecuencia inmediata ha sido la ruptura del «tripartito» y la denuncia del desafortunado «Pacto del Tinell» que las tres formaciones firmaron en diciembre de 2003.
La forzada salida de los independentistas del Govern ha dejado a Maragall en una posición extremadamente debilitada, no sólo porque se ha frustrado completamente su estrategia sino también porque ha tenido que ser CiU la palanca que facilitase un desenlace no catastrófico, demostrando los convergentes más sentido de Estado que el propio líder de los socialistas catalanes. Sin duda existen elementos de oportunismo político en el comportamiento de Artur Mas, pero es inevitable reconocer que su aportación para moderar la situación hasta que se celebren las elecciones, ya en otoño, ha supuesto un impagable salvavidas para Maragall, y también para Rodríguez Zapatero que confió ciegamente en Carod Rovira desde el inicio de la legislatura. La expulsión de ERC de la Generalitat, que es también una expresa autoexclusión, constituye una buena noticia porque conjura la marginalidad de una fuerza independentista.
Llegados a este punto, el interés de las dos fuerzas mayoritarias catalanas y del Gobierno socialista central coincide en lograr un buen resultado en el referéndum del día 18 de junio. Es cierto que, después de la ruptura del Govern, la campaña se radicalizará y en la consulta se votarán también «otras cosas»; sin embargo, el «sí» no debería estar amenazado, toda vez que PP y ERC apenas si representan el 28% del electorado catalán. El peligro más real es sin duda la abstención, ya que cabe imaginar que una parte muy relevante de la sociedad catalana debe estar a estas horas muy irritada con una clase política que ha consumido más de dos años en querellas y lucubraciones estériles y que finalmente ha dado a luz un Estatuto sin consenso que ni sus propios padres defienden con suficiente calor. En cualquier caso, si la abstención rebasara ciertos límites, a pocos les queda la duda de que la situación se volvería en fracaso para todos los impulsores del Estatuto, en Madrid y en Cataluña.