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Un Oratorio, por amor de Dios

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Cuando la jerarquía eclesiástica y numerosos fieles católicos se echaron a la calle en protesta por la Ley Orgánica de Educación, la progresía se mostraba harto sorprendida por la capacidad de movilización de la Santa Madre. A fin de cuentas, contaba con siglos de experiencia en dicho ámbito: ¿o acaso las procesiones de Semana Santa no constituyen multitudinarias manifestaciones de fe?

El pasado domingo, las nuevas tecnologías en forma de internet y SMS respaldaron la concentración que coincidiendo con la misa tuvo lugar en el histórico Oratorio gaditano de San Felipe Neri. Se trataba de protestar por su presumible desacralización por aquello del bicentenario de las Cortes de Cádiz, cuya Constitución se debatió en dicho templo. En el turno de peticiones de los fieles, se incluyó la de que Dios ilumine a los responsables y el Oratorio no sea desacralizado. También se rogó por los más pobres de todo tipo y condición, aunque no esté claro, en este caso, si también se responsabilizaba a la Junta de Andalucía por ello.

Algunos convocantes comparaban la venta, trueque o permuta del recinto, con la desamortización de Mendizábal, que más o menos consistía en expropiar los bienes eclesiales que no fueran productivos. En los últimos años, quizá esté ocurriendo al contrario: ¿cuánto patrimonio católico, improductivo o ruinoso, está siendo rehabilitado mediante presupuestos públicos por parte de este Estado laico y de este gobierno supuestamente anticlerical? Capillas, ermitas y similares que se vienen abajo son algo más que repelladas por los Presupuestos Generales para, en su mayoría, volver luego al culto y a menudo con serias dificultades incluso para regular su uso como espacio de conciertos de música clásica. Y hay que aplaudir ese celo oficial por la preservación de este tesoro que concierne al común de los españoles y no sólo a los creyentes. El arrendamiento, algo así como en régimen de multipropiedad, del sevillano Palacio de San Telmo como sede de la presidencia de la Junta de Andalucía, no despertó tanta controversia. Quizá porque al tratarse de un antiguo seminario y dada la escasez de vocaciones que nos aflige, a los doctores que tiene la Iglesia no les pareció tan mal que el poder sustituyera a la gloria en dicho caserón.

Al margen de los mensajes a móviles y de los foros de internet, quizá a los opositores a la desacralización del Oratorio les vendría bien un pregonero para su próxima cita, dado que la del domingo apenas registró, y en hora punta, la presencia de un par de cientos de fieles. Seguro que serán más, como cien mil fueron los hijos de San Luis y los curas trabucaires que pregonaron el liberticidio. Me consta que no son así los más de entre los católicos de hoy, que compaginan por lo común el gusto por la libertad con el libre albedrío. Están, desde luego, en su legítimo derecho a la hora de reclamar que la iglesia donde se inventó la palabra paraíso siga siendo suelo sagrado. Sólo les ruego que, como en las preces del pasado domingo, no sólo se acuerden del oratorio sino de los pobres del mundo. Los cristianos tienen muchos otros templos donde rezarle a la Santísima Trinidad en la que creen y les ilumina. Nosotros, los pobres de espíritu que apenas gozamos de una muy relativa fe en la libertad, la igualdad y la fraternidad, sólo contamos con la memoria de lo que ocurrió en San Felipe para rendirle pleitesía a esa modesta diosa laica llamada Pepa. Que nos den esa limosnita del Oratorio, por amor de Dios. Y que la Junta de Andalucía se lo pague.