CONTENCIÓN. La artista tardó en entrar el calor a pesar de los halagos constantes del público.
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La Niña Pastori se hace mayor

La artista de la Isla, que presentó en el Villamarta el directo de su último disco, 'Joyas prestadas', terminó cantando por bulerías y con su madre sobre el escenario

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La Niña ha querido ponerse seria y, como tantos artistas antes que ella, ha utilizado el sedimento musical de nuestro imaginario colectivo para demostrarnos lo que una intérprete de su calibre puede hacer con las piezas de otros. El resultado es disperso, fragmentario, y cuenta con aciertos considerables, versiones medianas, y alguna que otra metedura de pata que habría que perdonarle, puesto que no se puede obviar que la revisión de un clásico supone siempre un riesgo; que algunos originales pesan demasiado; que no todos los temas aguantan quiebros flamencos con la misma entereza; y que, en cuestiones de mestizaje, casi todo vale si se respeta la esencia del original y se lo revisa desde el respeto.

De entrada, la Niña estuvo algo distante, le costó entrar en calor, a pesar de que era innegable que jugaba en casa. Alternó temas propios y versiones (Angelitos negros, La tata, Burbujas de amor), pero, contrariamente a lo que en principio cabía esperar, no desgranó el álbum corte a corte, sino que seleccionó piezas de un disco que, según sus productores, ya implicaba una selección. El Villamarta estaba hasta la bandera (había colgado el cartel de no hay billetes la tarde anterior), y recibió cada tema como maná. Interrupciones constantes para animar a la paisana, aplausos a mitad de alguna canción, lloriqueos, incluso, en la platea.

Con Cuando nadie me ve, de Alejandro Sanz, demostró que una adaptación sí puede superar al original: a solas con el piano, sin arreglos ni distracciones, arrancó a la canción un punto de intensidad que la voz de Sanz no alcanza. Poco antes del final se le cortó el aliento, y a la Niña, que sí sigue siendo niña para estas cosas, se le cerró la garganta de emoción. Pausa obligada, turbación en el respetable y final cantado a coro.

Por el contrario, en Mediterráneo, de Serrat, el pinchazo es manifiesto. Cantada a su manera la letra se entiende a tramos. El tamiz flamenquito no le aporta nada, pero le resta, sin embargo, rigor y sentimiento. Con María de la O, el error ha sido otro: de la copla viva, penetrante, se ha hecho una canción ligera, casi para bailar pegados en las noches de verbena. Se quedaron en el tintero Pájaros de barro, Todavía, Lo eres todo o Vivir sin aire, entre otros temas recogidos en su último disco.

Los músicos que acompañan a la Niña Pastori son de raza. Su señor esposo, Chaboli, además de productor, le presta a la percusión un toque particular, marca de la casa, y mención aparte merecen el piano de José María cortina y el bajo de Antonio Ramos. De artista invitado, Josemi Carmona, que hace exactamente lo que Josemi Carmona puede hacer en un concierto de la Niña Pastori: acompañar, y darle una tregua a la cantante con una instrumental calzada así, a la remanguillé. Pero esto era Jerez, y el público no paró hasta que no arrancó a la Pastori un fin de fiesta obligado: cuadro familiar por bulerías, con Diego Morao a la guitarra. A petición del respetable, la madre que parió a la artista de la Isla planta postura en las tablas y se marca un recogido de faldas de los de antes, golpe de cintura al canto. Otro espontáneo salta al ruedo e improvisa. Éxtasis colectivo. Las joyas de la Pastori, al margen de que a veces parezcan brillantes, y a veces bisutería, lucieron bien en Jerez.