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Bye, bye

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La mesa donde Bush, Blair y Aznar pusieron los pies está atacada de termitas. Aznar se dedica a sus labores, Bush no tiene labor a la que dedicarse y Blair tiene bastante labor con salvar el tipo. Irak ha sido como la tormenta del siglo, lo arrastra todo. En política no es fácil identificar la causa de la decadencia, pero es fácil advertir la inercia. En todo maremoto hay un momento en el que el mar retrocede como para recuperar fuerza e ir con peor leche contra la costa. Los resultados son de sobra conocidos: en su avance, no deja títere con cabeza.

Las tres celebridades escupieron contra el cielo, y todo lo que sube baja. Como si el guión de su fracaso se hubiese escrito de antemano y sólo necesitara el transcurso del tiempo. Como aquel crítico que, sentado en el retrete, advertía a un autor: «Tengo en este momento tu obra delante, pero no tardaré en tenerla detrás». Una premonición ostensible. Ya sé que la ejemplaridad escatológica no puede alcanzar a lo excelso y que la sensación inenarrable de considerarse ejemplar único obvia las explicaciones. Ocurrió con Aznar, sucedió con Bush y Blair luce su capa de armiño cubierta ahora por el estiércol de la derrota con la misma prepotencia e impotencia.

En todos los casos, la calidad histórica de estos personajes les lleva a continuar, después de aventar la caspa con unos golpecitos sobre las hombreras, a considerar que quienes se equivocan son los demás y que eso es algo que no se puede consentir. Por eso nunca Aznar y Berlusconi reconocerán haber perdido las elecciones.

Blair ha dilapidado su capital político, que era mucho, con el aire de suficiencia de quien inventa un sistema a su servicio y contrata a los ciudadanos para que aplaudan su labor y, en su caso, pongan los muertos. Como ayer sucedió en Basora, donde un helicóptero británico fue derribado por un misil de la insurgencia. Hay un vuelo libre en vertical que les propulsa hacia el cielo ungidos como reyes absolutistas y les despega de la realidad prosaica que en democracia exige seducir al pueblo con obras, puesto que sólo a través de ellas los conoceréis.

Ha ido tan alocado este Blair, tan poseído de su miope atractivo ideológico, que hasta un lampiño conservador llamado Cameron le ha pasado por la izquierda y le da la batalla en los barrios obreros... «Y es que todas las veces que Sancho quería hablar de oposición a lo cortesano acababa su razón con despeñarse del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia» (Don Quijote de Sancho).

Se ha creído este Tony caballero andante habiendo perdido su hidalguía con el roce texano. Pero, ¿quién juzga al juez?, ¿quién tiene el atrevimiento de condenar a Dios? Entre los laboristas anida el temor de que sublime su muerte por estupidez y entierre al partido otros veinte años. Desde su designio, el vanidoso camina pomposamente hacia su cese.