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El haber vivido Cádiz casi siempre desconectada de su provincia ha traído como consecuencia que los mismos gaditanos de la capital desconozcan la riqueza que aquella significa y puede significar. Nuestra provincia atesora en sus tierras, en su clima, en sus costas, una riqueza por explotar que, por sí sola, amparada en una racional explotación y en una distribución organizada más justamente, bastaría para situarla en la primera fila de las provincias españolas más ricas. Pero una gran parte de esa riqueza necesita eslabonarse en la capital, haciendo compatible los intereses antagónicos entre una provincia eminentemente productora y una capital esencialmente comercial de esos productos que suministra la provincia.

No hay capital española que viva tan ajena a los problemas agrícolas de su provincia como Cádiz, que precisamente tiene a su alrededor las tierras más fértiles del país. Hasta el punto que la misma fertilidad de nuestra tierra y su abusiva acumulación en muy pocas manos retrasó nuestro desarrollo.

Diversas estimaciones del grado del bienestar material por provincias sitúan a Cádiz en los últimos lugares de la clasificación española. Pero hay otro hecho aún más preocupante: la situación relativa de los gaditanos respecto a la media nacional no cesa de empeorar. Cádiz ha pasado, en dos décadas, del puesto 28 en la clasificación de las provincias españolas según su renta per capita al puesto 37.

Todavía es muy fuerte la tendencia en nuestra provincia, por parte del común de los ciudadanos, a delegar el protagonismo de las cuestiones colectivas en el gobierno, bien sea central o regional. Es menester que el gaditano, ante cualquier cuestión perentoria, tienda la mirada alrededor por toda la extensión de la provincia y busque en ella los recursos, la inspiración, la fuerza. Precisamente, hace algo más de dos siglos, cuando se decidió abolir el monopolio gaditano de intercambio con América, antes lo había ostentado Sevilla, el resultado fue un florecimiento sin precedente de la actividad económica no sólo en la provincia de Cádiz sino en toda Andalucía. Y el puerto más beneficiado fue, precisamente, Cádiz.

La provincia de Cádiz no ha actuado unitariamente casi nunca; desde cada municipio, el improvisado cacique de turno ha apelado a un Madrid distante y no muy enterado. Vano afán. No queremos censurar a nadie, pero tenemos fundadas sospechas de que algunos políticos parecen querer disfrutar del poder, sin otra preocupación que ejercerlo, dejando a un lado que el poder deba significar afanes renovadores.

Se hace menester la recuperación de la personalidad unitaria de la provincia de Cádiz, que parece esencial para su prosperidad. En otras palabras, una condición capital para lograr el bienestar es la integración de la provincia de Cádiz.

Francisco Arias Solís. Cádiz