El entorno
Actualizado: GuardarEs el momento del análisis. De empezar de nuevo pensando en el próximo año. Hay que comenzar a reconstruir el sueño, trabajar para poder hacer posible, dentro de doce meses, el milagro que es una cofradía en la calle.
Sí, milagro. No es exageración. Y más en esta ciudad nuestra donde todo parece estar en contra de las cofradías. Y no lo digo porque quienes deben de velar por ellas en la mayoría de los casos las traten con indiferencia, cuando no haciéndoles la vida imposible, ni porque los que ostentan un cargo de significación precisamente por ellas, cuando más necesitan de su gestión actúan como sus peores enemigos. Tampoco porque no es extraño que un sector de la población adopte una actitud claramente mejorable al presenciar una procesión. Todo esto tiene una consideración absolutamente personal.
Es que a veces parece que la ciudad, pese al decorado urbano que presta a las hermandades, tiene todos los condicionamientos en contra para su supervivencia. Mientras que en muchas localidades las hermandades cuentan con amplias casas de hermandad con la repercusión que ello genera, aquí en la ciudad que ideó «soluciones habitacionales» antes que cualquier ministra, a duras penas cuentan con angostos locales donde hay que desmontar hasta la parihuela.
De todos es conocida la complejidad que supone la cercanía del Carnaval con la Semana Santa. Aquí por no tener no tenemos, como tienen en otras ciudades, ni un acontecimiento festivo donde instalar por varios días una caseta, que además de servir de punto de encuentro y convivencia sirva de fuentes de financiación para afrontar los gastos que supone el mantenimiento de su patrimonio y así hacer posible las obras sociales que muchas de ellas contemplan en sus estatutos.
Comparando las circunstancias, se llega a la conclusión de lo tremendamente complejo que es ser cofrade en Cádiz.