Fallece tras una rápida enfermedad el diácono Francisco López
Actualizado: GuardarAyer, tras una rápida enfermedad, falleció en voz baja Francisco López, un padre de familia ejemplar y un trabajador responsable que, en plena madurez humana, decidió acceder al ministerio del Diaconado para servir a la Iglesia. Sin abandonar sus quehaceres en la vida civil, ha compatibilizado sus funciones domésticas y sus tareas profesionales con sus actividades pastorales en la parroquia de San José.
Dotado de una singular capacidad para el diálogo y adornado de un delicado sentido moral y de una escrupulosa responsabilidad laboral, Paco, en estrecha unión con su esposa nos ha dado un elocuente testimonio en el difícil arte de educar a los hijos, creando en su hogar una cálida atmósfera de respeto, de cordialidad y de laboriosidad.
Rodeado del intenso calor y del inapreciable apoyo de su mujer y de sus hijos, este hombre bueno ha sabido conjugar la vida familiar con las actividades pastorales en la parroquia donde ha ejercido su ministerio de la palabra, de la liturgia y de la caridad, en perfecta comunión con los presbíteros y en estrecha conexión con los seglares comprometidos en la Iglesia. Hombre servicial y modesto, solía repetir que él se había ordenado para servir sin presidir: «Me gustaría imitar a Jesús que no vino a ser servido, sino a servir».
Con esa su manera exquisita de existir, Francisco López, minucioso y detallista, ha mostrado su amor a la Iglesia y nos lega un valioso testamento de delicadeza, de seriedad y de laboriosidad, y nos transmite un elocuente mensaje de fe en los valores trascendentes. Su solidez moral, su modestia personal y los ecos de su espíritu de oración constituyen unos potentes aldabonazos que nos despiertan de nuestra apática negligencia y contrarrestan el murmullo ensordecedor de los sinuosos ríos enfangados por la desidia.
Ojalá que todos los que conocimos y tratamos a Paco o, al menos, los que gozamos de su amistad y de su compañía sepamos arrancar a su muerte el ejemplo humano y el estilo de vida que sobresalen más aún en el mundo que nos rodea de colosos titubeantes, ebrios de eternidad, que apenas parecen sospechar que el objetivo principal de una gran civilización no está sólo en el poder o en el dinero, sino en una conciencia clara de lo que se espera de hombre. Que descanse en paz. / JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ