'House'
Actualizado: GuardarTras el paso triunfal de la primera temporada de House -con los modestos mirtos y acantos que otorgan condición de triunfal en Cuatro, que sigue siendo una cadena minoritaria-, estamos viendo ahora la segunda entrega de la celebrada serie. A bote pronto: nunca segundas partes fueron buenas. Con todo lo que me gustó la primera temporada de House, esta segunda me resulta un poco decepcionante. Es habitual que el barroquismo preceda a la decadencia: a partir de un cierto grado de complejidad formal, las obras pasan a girar en torno a sí mismas, en torno a su propia estructura, en vez de proyectarse sobre el que mira, sobre el espacio, sobre los espíritus.
House, que terminó como indiscutible obra de arte, recomienza ahora con un tono de obra menor. Primero: el protagonista, Hugh Laurie, que ha construido un extraordinario personaje, ahora parece haber empezado a interpretarse a sí mismo, exagerando gestos y ademanes con una prolijidad que resulta paródica, como si ya no se tomara en serio. Esta pérdida de tensión interpretativa se extiende a otros personajes, como la directora, Lisa, (Lisa Edelstein) o el neurólogo Foreman (Omar Epps): ¿No dan la impresión de estar actuando sobre las tablas de un teatro, ante un público que allí mismo les aplaude? Algo raro le ha pasado igualmente al personaje de Jennifer Morrison (la bella Cameron), que, además de haber perdido seis o siete kilos, ha perdido también el aura singular que la rodeaba.
Segundo: los diálogos, que eran un prodigio de ingenio y agilidad, un trozo de vida veloz donde súbitamente brillaban la perlas de House, han pasado a concentrarse demasiado visiblemente en esas perlas, en esas frases ruidosas o filosóficas o nihilistas o cómicas (según) que construían el dibujo del personaje, de modo que la impresión de velocidad se ha perdido, porque ahora todo el guión se subordina a la aparición de las perlas dichosas. Por supuesto, House sigue siendo una serie estupenda, de buena calidad y digna de verse. Pero ha perdido fuste. Después de todo, nadie puede ser magistral indefinidamente.