Editorial

Nuevo Gobierno en Irak

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La hipoteca que tenía paralizado el proceso político en Irak parece haberse desbloqueado en la primera sesión efectiva del nuevo Parlamento con el encargo del presidente Yalal Talabani a Yauad al Maliki de formar Gobierno en un plazo de 30 días. Con este gesto se supera en principio un escenario institucional que bordeaba el desastre, puesto que, aunque las elecciones legislativas se celebraron nada menos que el 15 de diciembre de 2005, la designación por el bloque chií mayoritario de Ibrahim Al Yafari, primer ministro saliente, suscitó inmediatamente el rechazo de los componentes kurdo y suní, sin cuyo concurso era imposible la investidura.

La Administración Bush considera el establecimiento de un Gobierno permanente en Irak un paso importante de cara a la estabilidad del país y a la retirada de las propias tropas estadounidenses y no ha dudado en calificar el nombramiento de «logro histórico» y al propio Maliki de «patriota preocupado por la soberanía de su país». Y es que la desconfianza hacia Al Yafari, visto por la Casa Blanca demasiado próximo al Irán de los ayatolás e incapaz de garantizar el fin de los crueles excesos a los que se habían entregado en los últimos tiempos las fuerzas de elite del ministerio del Interior, eran tan profundas como públicas. A nadie escapaba ya que mientras los suníes se sintieran amenazados por escuadrones de la muerte, más o menos amparados desde el Ministerio, era imposible abordar la imprescindible recuperación de los suníes hacia el proceso de estabilización de Irak. Así, tras muchos tiras y aflojas, la Alianza Chií Unida no ha tenido más que cambiar a Yafari por Al Maliki, su segundo en el partido religioso de Al Dawa.

Aparentemente, el cambio no es de gran calado, pero es seguro que en su negociación ha habido elementos suficientes como para hacerlo aceptable a kurdos, suníes y norteamericanos. Claves que, como el esperado reemplazo de Bayam Jabr en el Ministerio de Interior, no tardarán en desvelarse. Pero, por el momento, lo prioritario es que el mensaje de «fraternidad real entre todos los grupos» lanzado por el recién nombrado primer ministro culmine en un Gobierno de concentración nacional estable, que sea capaz de detener el río de sangre que la violencia interétnica y las numerosas milicias armadas han desatado y que está conduciendo a pasos agigantados al país hacia un abierto conflicto civil.