«Quiero un piso»
Actualizado: GuardarSuena el teléfono y lo levanta el periodista. «Buenas, yo estoy aquí, frente al Ayuntamiento, porque yo quiero un piso». Silencio del otro lado. «Y de aquí no me voy a mover hasta que la alcaldesa no me reciba». El periodista sigue ahí, tratando de imaginar a quien correspondería la voz femenina que le habla. Y se imagina, no sabe por qué, una cola de caballo atada con una goma del pelo naranja fosforescente. El periodista no tiene nada, en general, ni contra las gomas del pelo, ni contra los colores fosforescentes ni contra las mujeres que reclaman pisos, pero siente una especie de impaciencia que se convierte en irritación.
«¿Y cuál es la razón por la que usted cree que el Ayuntamiento debería darle un piso?» «Porque no tengo», contesta la mujer, con una lógica aplastante. El periodista tiene ganas de decirle que él tampoco, pero se queda callado.
Una frase que ha leído hace poco se le viene a la cabeza. El público siempre, siempre, siempre tiene la razón, le decía García Lorca a un chapero en lo oscuro de un zaguán. Pero la cita no procede, así que se acuerda de su anciana madre (la del periodista, no la de la mujer), que siempre solía decir: «A mí lo único que me sorprende es lo poco que cambia el mundo». Así que se guarda su comentario y procede a tomar nota, para ver «qué podemos hacer».
Unas horas más tarde, el periodista pasa por el Ayuntamiento y se fija en una mujer con un cochecito de niño sentada en una silla de camping a la puerta del Ayuntamiento. Sólo la ve de lejos. No observa que tenga el pelo recogido, pero se imagina que es ella.