'TNT'
Actualizado: GuardarHay que suponer que la productora que ha llevado al cine El código Da Vinci habrá gastado abundantes dólares en patrocinar el programa de la otra noche de TNT. Sólo eso lo justificaría. TNT no es un debate, aunque como tal se camufle; es un bombo. Como moderadora, Yolanda Flores es lo más parecido al concepto puro de caos. Da y quita los turnos con una arbitrariedad pasmosa. Nadie es capaz de mantener durante más de quince segundos la palabra, todos quedan obligados a levantar la voz. Yolanda los hace callar, toma la palabra y suelta alguna breve parrafada provocadora. Cuando éstos rompen a contestar, Yolanda eleva el tono y ordena «De uno en uno, de uno en uno», pero no atribuye el orden de prelación, de manera que el caos se intensifica.
No parece que esto sea producto de una incapacidad, sino, más bien, del propio planteamiento del programa: su objetivo es plantear un asunto lo más ruidoso posible y procurar que el ruido se prolongue durante horas. Eso explica que, junto al ruido de los ponentes, el programa nos lance mensajes del tipo «Vamos a conmover los cimientos del catolicismo» u otros de similar género. Uno trata de entender lo que se está ventilando en la mesa y descubre que no hay conmoción alguna. Y cuando algún misterio ha quedado resuelto, la moderadora vuelve al punto de partida, para que no pare la música.
Así la otra noche, cuando todos habían aceptado que no hay prueba de que Jesucristo hubiera tenido descendencia, va Yolanda Flores y pregunta a la cámara: «¿Por qué tanto interés en ocultar que Jesús tuvo descendencia?». El espectador que estuviera siguiendo la fiesta con el ánimo de quien contempla un debate no tendría otra opción que abrirse las venas, desesperado, al percibir que se hallaba en un laberinto circular. Pero ahí no acaba la tortura, porque entonces llegan las preguntas del público. Un guapo mozo surge en pantalla para decirnos que hay muchas preguntas «como era de preveer» y adorna su creativo verbo con recursos como, por ejemplo, definir a Benedicto XVI como «predicador de la casa pontificia» (con lo fácil que es decir «papa»). Ya, ya: la culpa es del espectador, por tomarse en serio un programa así.