MAR DE LEVA

El Código Judas

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Si es que ya estamos hechos a todo, oigan. Que si no protestamos con pancartas y rebequitas porque nos han escamoteado la primavera y no hay derecho, que ya estamos sudando como en verano, imagínense el poco revuelo que ha despertado, en círculos académicos, capillitas o de simples aficionados a lo misterioso y conspirativo el descubrimiento del llamado «Evangelio de Judas» por parte de la National Geographic, que no sólo de fotografiar volcanes, bichos y niñitas árabes de ojos imposibles viven en la empresa. Ni siquiera el señor Aceves (don Octavio, especialista del ramo, no se confundan) ha dicho cuidadín que esta higuera no estaba allí antes, con lo que nos gusta a todos una conspiración desde que Chris Carter las pusiera de moda con los Expedientes X.

Danbrownitis, se llama hoy día a este fenómeno. Antes, claro, fue Erik von Däniken y aquellos dos franceses, Louis Pawels y Jacques Bergier los que se empecinaron, best-seller por medio, en demostrar que la especie humana como tal es de un papafrita de rubor, y que todo todito lo que hemos conseguido a lo largo de la historia nos lo han dado ya comprao hecho, como salido de las estanterías de Ikea, franquicia de Raticulí.

Y encima con la connivencia de los hombres de negro para limpiar huellas y testigos molestos, o sea, la estampa de los agentes del FBI antes de que decidieran camuflarse y vestirse de paisano imitando a Frank Serpico.

Ahora resulta que las teorías conspirativas vienen de antiguo, del año en que Maricastaña perdió el sonajero. Del siglo II por lo menos, de la secta gnóstica de los cainitas (y ya el nombre nos hacer levantar una ceja recelosa, ¿no?). Unos manuscritos congelados y recuperados justo a tiempo para la celebración de la Semana Santa, que ya es tino, en copto, nos narran la versión alternativa de eso que Hollywood llamó la historia más grande jamás contada.

O sea, que por si Jesucristo no las tenía todas consigo y no sabía cómo trataban a los disidentes los americanos de entonces, mismamente, los romanos del SPQR que ya no desfilan los martes santos nuestros, por si acaso estaba en complú con el malo de la historia, Judas Iscariote, el besucón, ese tan feo que siempre salía de lado agarrando la morterá (el taco, que se dice ahora) en los cuadros de alpaca de la Santa Cena, lujo con el que adornaban todas las abuelas el salón de su casa. Tú te haces el malo, a mí me matan, luego te cuelgas, porque si no se lo va a creer nadie, y ya verás cuando lo lleven al cine: arrasamos, seguro.

Si ya sabíamos que los cuatro Evangelios oficiales son bastante posteriores a los hechos que describen, con todas las dudas razonables que eso puede acarrear consigo, uno se pregunta a santo de qué vienen a levantar la liebre con una nueva ficción que sumar a la moda, y encima anunciándolo como si fuera cosa novedosa cuando es una idea más vista que el tebeo (en un tebeo la leí yo hace lo menos treinta años, Slot Barr, por si les interesa), que se nos ha ocurrido a todos en cuanto nos hemos preguntado, de adolescentes, si se aplicaba o no en este caso el libre albedrío y si el pobre Judas no se condenaba por sus actos voluntarios o si no era más que una herramienta predeterminada de un supuesto plan divino.

Cónchiles, si hasta en Jesucristo Superstar se daba a entender más o menos esto mismo. Cómo se nota que los planes educativos de todo el mundo mundial a los que imitamos tontamente desde la infausta Logse no le dan ninguna importancia a la memoria.

Pero nada, oigan, ahí insistiendo. La que nos van a dar ahora en las radios y las teles en los programas dedicados a lo esotérico-mudéjar. Porque verán ustedes, con todo esto de las conspiraciones místicas lo peor es que se insiste en vender como realidad algo que no es más que ficción. O sea, pura trola. A estas cosas habría que acercarse buscando simplemente diversión (y en un libro literariamente tan torpe como El Código da Vinci ya es difícil, oigan), no vendiéndonos la moto de que hay que creerlas a pies juntillas. O dicho de otra manera: hasta los niños chicos saben que Supermán no vuela.