Cien años esperando a Godot
Se cumple el primer centenario del nacimiento de Samuel Beckett, cumbre de la dramaturgia del siglo XX y autor de una obra maestra que indaga en la desesperanza y el sinsentido de la vida.
Actualizado: GuardarParís. Madrugada del siete de enero de 1938. Un joven irlandés, flacucho, desgarbado y con cara de pájaro, sale del cine y es acuchillado al borde del Sena por un mendigo. Estará a punto de morir. Ya recuperado, querrá saber de boca de su encarcelado agresor las razones del asalto. «No lo sé» será la única respuesta que obtenga la víctima, el poeta, narrador y dramaturgo Samuel Beckett (1906-1989). Una respuesta que teñiría de pesimismo y convertirá en una indagación existencial toda la obra posterior de Beckett, nacido hace ahora cien años en Irlanda, cumbre de la dramaturgia del siglo XX y premio Nobel de Literatura en 1969.
Fue Beckett autor de una obra tan intensa como concentrada que se cuestiona el carácter azaroso y el sinsentido de la vida desde un vitriólico pesimismo. Una obra en la que destaca y destacará su más reconocida y universal pieza teatral, Esperando a Godot. Publicó esta su primera pieza dramática en 1952, cuando tenia 46 años, y la estrenó en París al año siguiente.
Acertó a resumir la desazón existencial de un cultura occidental marcada por la desesperanza y la fresca cicatriz de la segunda guerra mundial. Está considerada la pieza teatral más influyente y subversiva del siglo XX. Meses después de su estreno en París, la programaban treinta salas en Berlín. Menos éxito tuvo su estreno en Londres, en traducción del propio Beckett en 1955, aunque desde entonces sea una de las piezas más representadas en todo el mundo.
Como en tantas de sus obras, nada ocurre en apariencia en Esperando a Godot, que economiza al máximo los elementos dramáticos. Dos personajes con apariencia de vagabundos, Estragón y Vladimir, discuten en tono a asuntos irrelevantes con diálogos que bordean el absurdo mientras aguardan bajo un árbol en medio de la nada la llegada de un tal Godot. Nunca llegará y se pondrá de manifiesto la inutilidad de la espera -la vida- y el absurdo del implacable paso del tiempo. Una primera indagación que será una constante en la obra de Beckett, marcada por palabras como nada, nadie o vacío.
Radical independencia
Nacido el 13 de abril de 1906 en Foxroc, un pueblo cercano a Dublín, en el seno de una familia protestante de clase media, Samuel Beckett cursó estudios en la Portora Royal School y el Trinity College de la capital irlandesa. Licenciado en Románicas, encontró empleo como profesor, primero en Belfast y luego en la Escuela Normal Superior de París. Fue en la capital francesa, a la que viajó por primera vez en 1926 y donde se instaló como vecino de Montparnasse, donde conoció a James Joyce, de quien se convertiría en amigo íntimo, confidente y secretario.
Participó activamente en la resistencia francesa durante la segunda guerra mundial, renunciando a la neutralidad que le confería su condición de ciudadano irlandés. Evitó a la Gestapo refugiándose en el sur de Francia y se instaló definitivamente en París tras la guerra. En Francia escribió toda su obra, en la que alternó inglés y francés desde sus primeras narraciones, como Watt (1953) que cuestiona ya los modos narrativos y quiebran toda convención.
En 1969 recibió el Premio Nobel de Literatura, sin que por ello se alterara su vida retirada, protegida de todo tipo de intrusiones indiscretas y alejado sistemáticamente de los medios y cenáculos editoriales. El Nobel lo recogió su editor francés, Jérôme Lindon, y su dotación fue para los indigentes. Por voluntad propia, ingresó tras enviudar en un asilo de ancianos en las inmediaciones de París, donde murió el 22 de diciembre de 1989. Apenas un puñado de amigos despidió en el cementerio de Montparnasse a Sam, descrito por Cioran como un ser «sobrenaturalmente discreto».
La obra
La obra de Beckett se resume en una cincuentena de títulos de todos los géneros y con un denominador común: la expresión de un inefable malestar existencial.
Esperando a Godot (1952) es la pieza más universal de este dramaturgo y narrador que escribió también para la escena piezas como Final de partida (1957), La última cinta de Krapp (1960), Palabras y música (1962), Cascando (1963) y Días felices (1963). En todas, la acción es mínima, el lenguaje esta trufado de juegos des palabras y se filtra un humor corrosivo. «Nada es más divertido que la infelicidad» dice uno de los personajes de Final de partida.
Su teatro se hará luego aún más ascético, a caballo entre el mimo y el experimento gestual como Acto sin palabras (1964), Eh Joe (1966), That time (1976), Rockaby (1980), Ohio Impromptu (1981) o What Where (1983), su último estreno. Entre sus narraciones, Belacqua en Dublín (1934), Murphy (1938), Mercer y Camier (1946) y Watt (1953), escritas las dos últimas en inglés. Adoptando el francés como lengua de creación, publicó en este idioma, además del Godot, su trilogía esencial: Molloy (1951), Malone muere (1953) y El innombrable (1953), en la que reflexiona sobre el absurdo de la existencia humana.
Breve es su obra poética y ensayística, en la que destacan el poemario Los huesos del Eco (1935) y el estudio dedicado a Proust (1930).
Casi toda la obra de Beckett esta publicada en español. El último título en aparecer fue Rumbo a peor (Lumen). Publicado originalmente en 1983, culminaba con ella la trilogía iniciada con Compañía (Anagrama, 1990) y Mal visto, mal dicho (incluido en Relatos, Tusquets, 1997).