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Cronicón de cosas que no están tan, tan claras

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Yahora, qué? Hay especulaciones múltiples, pensando en más allá de la pausa de Semana Santa. Más cambios de ministros a la vista en los próximos meses? Adelantará Zapatero las elecciones generales, aprovechando la buena brisa de las encuestas? Desde ámbitos próximos a La Moncloa dicen que no: ni más cambios a corto plazo, ni acortamiento de la Legislatura. Algún ministro, a título privadísimo, piensa, sin embargo, que nada puede descartarse. Y pocos dan explicaciones completas y convincentes sobre lo que ha ocurrido en las últimas horas en el mundillo zapateril. Menos aún, por tanto, pueden adivinar qué pasos inmediatos dará la gran esfinge llamada José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre impenetrable que copa titulares de prensa cada día.

El desconcierto, tras la brusca sacudida del pasado viernes, cuando con, cuarenta minutos de antelación, los SMS monclovitas en los móviles de los periodistas anunciaban una inesperada comparecencia de Zapatero, sigue siendo grande. Los medios, ayer, valoraban de forma bastante distinta la minicrisis sorpresiva anunciada el viernes por la mañana por Rodríguez Zapatero. Periódico había que reflejaba un acuerdo existente desde hace tres meses para que Bono abandonase un puesto en el que ya no se encontraba cómodo. Otros medios, alguno muy próximo a las tesis del PP, hablaban en sus titulares de portada de bronca entre el presidente y el aún ministro de Defensa. Ni una cosa ni otra, te dicen quienes podrían estar presumiblemente mejor informados. Ni bronca ni relaciones idílicas entre Bono, el detonante de una crisis que se hubiese querido para más tarde, y Zapatero. Serias diferencias políticas, en todo caso, sí. Quedan bastantes incógnitas, por supuesto. Porque lo cierto es que los observadores, los tertulianos a los que se considera mejor informados y los columnistas de los más variados pelajes no acaban de ponerse de acuerdo en qué es lo que ocurrió en la tarde-noche del jueves en el entorno monclovita. Bono, en su mejor tradición, llamó el mismo viernes a algunos amigos periodistas para darles una versión claramente incompleta de las razones de su abandono del Gobierno. Era una versión edulcorada, simplista, como la ofrecida en las varias entrevistas radiofónicas y televisivas de las últimas horas, en las que el aún titular de Defensa mantiene una indudable lealtad hacia el presidente, con quien sus discrepancias políticas eran, y son, públicas, notorias e innegables. No, no han sido cuestiones puramente personales, ni la mencionada solicitud de su hija para que abandonase la vida pública -aunque ello sin duda habrá tenido una influencia en el emotivo Bono- lo que ha hecho que el miembro más popular del Gabinete se levante para siempre de la mesa del Consejo de Ministros.

Existe la impresión general de que Zapatero y Bono se han lanzado a la cara, en los tres o cuatro últimos meses, cuanto tenían que decirse. Pero empleando a fondo el famoso talante dialogante de ambos. Y, por tanto, sin bronca propiamente dicha.

Desde ambos ámbitos sugieren que había un acuerdo casi explícito para que, tras la aprobación parlamentaria de la Ley de Tropa y Marinería, cosa que ocurrió el mismo jueves en el Congreso de los Diputados, Bono se marcharía. Pero algo que no está nada claro es por qué debía marcharse tan apresuradamente.