Jerez

La juventud, el futuro de las cofradías

Las tres hermandades están llenas de jóvenes que son el éxito de su gestión

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Muchos de ellos casi ni habrán dormido. Y lo sabemos porque ya en su tiempo nos pasó a nosotros mismos. Como si de la misma noche de los reyes magos se tratara, han seguido un ritual inaplazable y absolutamente mágico.

Primero la cena temprano mientras mamá plancha con cuidado la túnica para el día siguiente. Tras la cena, una última ojeada a las estampas recolectadas durante los interminables días de besapiés y besamanos, y también uno a la pequeña guía de horarios e itinerarios que, aunque sin acabar de entender del todo, le sirve casi para certificar de manera definitiva que mañana, y tras una casi agónica espera, de nuevo se vestirá de nazareno.

No importa mucho el motivo por el que se vista. Tampoco mucho si es el único en su casa o si formará parte de un pequeño cortejo de nazarenos al abandonar su portal. El brillo en sus ojos seguirá siendo el mismo mientras observa en silencio el mimo con el que su madre trata el pequeño hábito que le servirá mañana de ropa.

Al terminar, y tras un beso con sonrisa cómplice a repartir para todos, la entrada en su cuarto con los nervios invadiéndole el cuerpo. Su madre cuelga con cuidado la túnica en una alta puerta de los armarios mientras le habla al oído cosas que solo ellos pueden quizás entender. Nada más sincero. Nada más real. Nada más entrañable que la conversación antes de dormir de una madre con un hijo.

Al cerrar la puerta su madre, una mirada más a su túnica le asegura que todo marcha correctamente. Que todo está listo. ¿Qué largo se me ha hecho todo este tiempo, Dios mío! Con cuidado los párpados van cayendo casi sin querer cerrarse del todo. Quizás para no querer llevarle hasta las pesadillas más retorcidas que todos hemos tenido: ¿y si me quedo dormido?¿Mira que si se me olvida la papeleta de sitio? ¿Mira que si llueve? Y de un salto se despierta para asomarse en plena noche a su ventana para buscar en el cielo una estrella tranquilizadora que le diga que el cielo, al menos por ahora, está despejado. Pero al final los nervios y el cansancio le vencen sumiéndole en un profundo sueño del que sólo acierta a despertarle el primer rayo de sol que adentrándose entre los visillos de la ventana acaba besándole dulcemente la cara. Y ya no le hizo falta mirar al cielo para saber que el sueño que parecía nunca cumplirse se viera cercano.

Son ellos la alegría de nuestras casas y la de nuestras calles en estos días. Sus rostros y sus gestos son la otra verdad de nuestra Semana Santa, profunda y apasionada cuando de mayores se habla, ingenua y alegre cuando hablamos de niños.

Sonrisas veladas

Sus estampas nos provocan inevitables miradas y sonrisas veladas. Porque la Semana Santa no sería lo mismo sin nuestros pavitos, nuestros monaguillos y nuestros aprendices de cofrades.

Son tan importantes como otros elementos que rodean a nuestra Semana Mayor, tan cuidadosa en los matices que de ellos podría jamás desprenderse. Y lo más importante. Son el futuro. Nuestra esperanza.

Si esta tarde tienen la oportunidad de ver alguno de ellos por la calle, no pierdan detalle de sus caras cuando algún paso se les acerca. Podrán comprobar cómo aquellas palabras de «dejad que los niños se acerquen a mí» tienen su empirismo más evidente en nuestra Semana Santa.