Editorial

La crisis de Bono

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El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció ayer inesperadamente algunos importantes cambios en la composición de su Gabinete en una crisis cuyo origen, como quedó evidenciado en las manifestaciones de los protagonistas, ha sido la decisión del titular de Defensa, José Bono, de abandonar el Gobierno y la política activa. La marcha de un peso pesado del Ejecutivo, aspirante a secretario general en su día e influyente barón, ha abierto un serio boquete en la estabilidad del equipo de Zapatero que éste se ha apresurado a tapar. La solución arbitrada, con José Antonio Alonso en Defensa y Alfredo Pérez Rubalcaba en Interior, garantiza la plena sintonía entre los dos Departamentos y entre éstos y el propio presidente del Gobierno, a la vez que coloca al hasta ahora portavoz del Grupo Parlamentaria en el delicado papel de muñidor del proceso de gestionar el alto el fuego de ETA. Este esquema plantea, sin embargo, un serio problema: por razones conocidas -especialmente por el papel agitador jugado por Rubalcaba en la jornada de reflexión del 14-M-, el nuevo ministro del Interior no tiene la confianza del PP, por lo que la recién iniciada aproximación entre Gobierno y oposición en torno a la gestión del alto el fuego de ETA puede verse afectada.

Aparte del anunciado relevo en Educación, Zapatero ha preferido la continuidad. En varias áreas del Ejecutivo se ha perdido una gran oportunidad para realizar cambios que cargasen las pilas de un Gabinete que, salvo contadas excepciones, ha perdido buena parte de su crédito.

La marcha de José Bono en pleno ecuador de la legislatura es un desaire evidente a quien lo designó y encierra un tácito reproche al sesgo de un Gobierno con el que no compartía criterios en asuntos esenciales: ciertas reformas de corte radical y la conducción del Estatuto de Cataluña, entre otros. Igualmente, ha de haber influido en su marcha la constatación de que su carrera política en el seno del Ejecutivo y a las órdenes de Zapatero había concluido: no es verosímil que el PSOE, aun en la hipótesis de que perdiera las próximas elecciones generales, le llamara a la secretaría general. Bono debía optar entre consumir el resto de su vida pública agotando la rutina actual, marcharse o buscarse otro acomodo terminal en el que ganase cuotas de autonomía. Zapatero no debería echar en saco roto las señales sobre el malestar que algunas de sus decisiones políticas han generado dentro de su propio partido. De momento, la disciplina y el temor a que la oposición se beneficie han evitado que las discrepancias vayan a más, pero si no corrige el rumbo, la contestación puede ir a más.