LOS PELIGROS

El Oratorio en venta

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Parece inevitable que cualquier cosa que se haga o proyecte acabe en polémica, mientras se siga viendo la organización del bicentenario de las Cortes de Cádiz como un grandísimo escaparate político personal y no se asuma que lo importante es sumar a los gaditanos a ese proyecto que, básicamente, es de educación y mejora de nuestra autoestima colectiva, herida de gravedad, a partes iguales, por la resignación nihilista con la que se afronta aquí dentro el futuro y por la adulación con la que muchos de afuera aplauden esa indolencia que creen tan graciosa. Se trata de sumar, no restar.

No sé hasta qué punto ayuda a esa incorporación, o más bien provoca el hastío del ciudadano, hablar todas las semanas del bicentenario. No de logros, ni mejoras en su vida diaria, sino de enfrentamientos, zancadillas, pequeñeces. Hasta ahora, la única adquisición urbana del bicentenario es un pebetero, lo cual parece bastante poca cosa como para que se organice una protesta cuando alguien intenta una incorporación tan importante como la del Oratorio. Y todavía quedan trescientas nueve semanas, y dos elecciones municipales por medio, para ver quién le pone la corona de flores al Monumento, suponemos que restaurado ya, como la maqueta.

Para entendernos conviene separar lo que son cosas muy distintas. De un lado, la adquisición del edificio; de otro, qué se pretende hacer con él, una vez conseguido. Ahora mismo estamos, sencillamente, en una operación inmobiliaria de compra-venta del Oratorio de San Felipe entre alguien interesado en vender, la Iglesia, y alguien que quiere comprar, la Junta. Nada más. Descartemos la cesión temporal porque pagar unos 3.500 millones de pesetas por un alquiler, como quieren algunos, es un disparate. El Ayuntamiento no tiene nada que decir en esa venta ajena salvo que, como cualquier particular interesado en comprar, haga una oferta mejor. Tampoco ningún particular que vende le consulta a sus vecinos si les parece bien el comprador. En esa lógica mercantil, sobra la indignada reacción municipal porque el vendedor prefirió otro comprador con mejor oferta, aunque la hiciera años más tarde que la suya. Lo peculiar del caso es que, tratándose de la Iglesia, todos buscan la corrección de no llamar a las cosas por su nombre. Así, el delegado de Patrimonio de la Diócesis habla de «cesión institucional», en vez de venta, y la Junta de «acuerdo por la titularidad», en lugar de compra.

Unos y otros, tienen buen cuidado de aclarar el uso futuro de lo conseguido en la operación: la financiación de diez nuevos templos y la rehabilitación de dos iglesias, por un lado; un Centro de Estudios Constitucionales y una Fundación para relaciones con Iberoamérica, del otro. Supongo que el primero buscando no aparecer movido por intereses materiales sino pastorales, para tranquilizar a sus críticos, y el segundo para desmarcarse de lo que algunos de sus votantes críticos pueden interpretar como una subvención a una confesión religiosa. Hablar de mutua generosidad en esta convergencia de intereses, aún confunde más. También el actual Senado fue antes convento de los Agustinos Calzados y el Congreso de Diputados se edificó sobre el convento del Espíritu Santo. Su desacralización no supuso el olvido de su historia, sino hacerlos mucho más conocidos.

Adquirir el Oratorio de San Felipe es importante porque es el símbolo de aquella Constitución. Sobre él se debe articular toda la labor de educación ciudadana. Hay que precisar el uso, los presupuestos, el personal, los órganos de gestión de esas instalaciones. Algo más concreto que declarar que todo va a ser «de primer orden», que es decir poco. Y aquí, en la organización del Centro y la Fundación previstas, sí debe entrar necesariamente el Ayuntamiento. No sólo como propietario de algunos de los locales que se pretenden incorporar, como ha protestado, olvidando que él mismo planificó Plaza Sevilla disponiendo el derribo de edificios propiedad de otras Administraciones sin consultarles, sino que debe estar por representar a la ciudad. No se puede pretender involucrar, entusiastamente, a la ciudad sin contar con los representantes que ella misma elija. Los que sean. Esas nuevas instituciones se deben planificar para muchos años, para sobrevivir a muchos cambios de gobierno.