Tribuna

El éxito del sistema des-educativo

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Muchas de las dificultades para encontrar respuestas imaginativas e innovadoras a los problemas que giran alrededor de la educación tienen su origen en una insuficiente consideración de todos los factores que la determinan. Ello está siendo especialmente evidente estos días a raíz de las generalizadas voces de alarma (con la consiguiente estela de indignación, reproches e imputación de responsabilidades) que han provocado los resultados del último Informe PISA. Pero tanto la valoración negativa de tales resultados, como la imputación exclusiva de los mismos al sistema educativo, derivan, insisto, de un análisis insuficiente de la realidad educativa en su conjunto. Este hecho no tendría mayor importancia si no fuera porque tal forma de proceder está reduciendo sensiblemente la variedad de matices que entrarían en juego empleando un análisis más ajustado a la compleja realidad que estamos tratando. Parece que no acabamos de creernos algo tan evidente a estas alturas como es que a problemas complejos no cabe aplicar análisis simplistas.

Por ejemplo, salvo en contadísimas ocasiones y aún así de manera tangencial, nunca tenemos en cuenta en nuestras reflexiones sobre la educación un hecho tan determinante y evidente como es que paralelamente al sistema educativo, existe otro, otro verdadero sistema que interactúa con aquél, y que, a juzgar por sus resultados, está dotado de la virtud de la que, al parecer, carece el sistema educativo denostado: eficacia, resultados adecuados a los medios empleados y a las expectativas depositadas, y, por tanto, el éxito. Este otro sistema, al contrario que el educativo, carece de marco normativo expreso (obedece a un pacto tácito); tampoco está sujeto a horarios (funciona las veinticuatro horas del día), ni actúa en espacios determinados (se asienta y desarrolla en los pliegues más íntimos y recónditos de nuestra personalidad) y, ya digo, cuenta con un alto grado de aceptación e incluso de aquiescencia e implicación social. A falta de otra mejor denominación se me ocurre llamarlo sistema des-educativo. Si probamos a considerar los datos aportados por el Informe PISA como el resultado de la confluencia de dos fuerzas opuestas pero a todas luces desiguales, tendríamos que convenir en que el supuesto fracaso del sistema educativo constituye, contrariamente, un auténtico éxito.

Claro que en términos absolutos, el éxito corresponde sin lugar a dudas al sistema des-educativo. No puede ser de otro modo. En relación al sistema educativo, el des-educativo goza de mayores prerrogativas por parte de una sociedad que se deshace en discursos grandilocuentes sobre la importancia de la educación y luego, por acción u omisión, entroniza ciertos hábitos sociales y determinados estilos de vida que constituyen auténticas agresiones a cualquier posible acción educativa. En nuestras sociedades supuestamente avanzadas existe más gente, más recursos y más entusiasmo puestos al servicio de una auténtica cruzada contra la inteligencia que a favor de su potenciación y desarrollo. Las iniciativas (evidentes u ocultas, conscientes o no) que diariamente entran en competencia con el sistema educativo son tantas ya que es difícil no pensar en la existencia de un auténtico plan sistemático contra la educación: de ahí lo de sistema des-educativo.

Por todo ello, sería interesante que los promotores del Informe PISA incluyesen en su próxima edición una evaluación paralela que mostrara el grado de consecución de conocimientos, destrezas y actitudes de los sujetos evaluados según los principios pedagógicos y las finalidades del sistema des-educativo. A falta del visto bueno de los expertos de PISA, los ítems para evaluar los conocimientos interiorizados gracias al sistema des-educativo podrían ser aproximadamente del siguiente tenor: citar nombres de programas de televisión, identificar a los personajes que desfilan por los platós y explicar su problemática vital, tararear musiquillas de anuncios y determinar cuántas veces se ha visto cada uno de ellos, relacionar una lista de productos de moda con sus marcas respectivas , etc. Las destrezas se evaluarían con ejercicios prácticos parecidos a estos: enviar mensajes de móvil a móvil y dominar las técnicas básicas del chateo, orientarse en el entorno urbano en dirección a la movida, dar a los padres razones irrefutables de que a los hijos se les debe comprar una moto cuanto antes, realizar los trámites para inscribirse en programas como Operación Triunfo, Gran Hermano y similares , etc. Las actitudes se podrían evaluar mediante la observación directa o el diálogo, si éste fuera posible, indagando sobre: disposición a aceptar la aventura y la incomodidad que conlleva la búsqueda de la independencia y la autonomía personal, posible existencia de actitudes críticas hacia la omnipotencia del sistema de mercado, grado de implicación social, alternativas y propósitos ante la posibilidad de una vida hipotecada , etc.

Nada más lejos de mi ánimo que dejar en evidencia con estas propuestas la presunta o real insuficiencia intelectual de los jóvenes españoles. Eso ya lo hace, con la aséptica lógica científica de los datos, el Informe PISA. De ahí que no estaría de más extender la evaluación (con los criterios de ambos sistemas) a la totalidad de la ciudadanía.

A buen seguro, los resultados de una evaluación de este tipo servirían para cuestionar muchas cosas y relativizar otras, actitudes intelectuales más fructíferas que la indignación, el lamento y el disparo precipitado. Señalemos, pues, las carencias del sistema educativo, que son muchas y de hondo calado, pero haríamos bien en revisar planteamientos y conclusiones más allá de análisis parciales que sólo nos llevan a caminos sin salida. No vaya a ser que estemos confiriendo realidad ontológica a lo que tal vez no sea más que ilusión y fantasmagoría.