Con 'C' de Cádiz
«Yo sabía perfectamente que no quería vivir en Bielorrusia y me vengo a Cádiz por amor»
Nonna vive la guerra de su país con una sola idea en su cabeza: «Si se alarga en el tiempo, tengo claro que me traigo a mi hermanita»
Nonna Linnik (Bielorrusia, 1997) habla entre andaluz y ruso. Y lo hace con mucho arte, el que le sale de forma expontánea. A sus 25 años se ha hecho con una parte de Cádiz y otra de San Fernando y lo ha sabido hacer tras enamorarse de un isleño a través de un chat de idiomas donde se aprendía inglés. Escucharla hablar tiene su aquel porque está sembrada. No para quieta pero a su insultante juventud no le faltan tablas. Procede de una autocracia donde la libertad, de haberla, está muy vigilada. Tanto, que muestra su preocupación por el rastreo de su entrevista y no por ella, sino por los suyos. Eso sí, le encanta hablar de política tras dos décadas creyendo que eso era algo solo perteneciente a la conversación entre sus mayores.
Trabaja como camarera en una terraza de la Avenida Ramón de Carranza, ahora Cuatro de diciembre. Antes también trabajó en otro muelle, pero en este caso el del puerto de Cádiz, donde acudía para recibir a turistas rusos para hacerles de guía turístico dado su dominio del ruso, bielorruso, ucraniano, ingles y castellano, que más que español suena a gaditano.
Autodidacta del idioma y financiera licenciada, esta joven bielorrusa habla sin tapujos de lo que está siendo una guerra que «nadie quiere salvo los de siempre, dos señores que llevan haciendo en su tierra lo que quieren hasta que el mundo les deje hacer», sostiene con desparpajo, valentía y no menos capacidad juvenil. Nonna, como su país, también tiene su historia y se la cuenta, si el trabajo le deja, a todo aquel que quiera escucharla en una de las terrazas más cotizadas del copeteo gaditano.
-¿De qué parte de Bielorrusia es?
-Yo soy de Vitebsk, del norte. Es un pueblo que está a veinte kilómetros de la frontera con Rusia. Pero mi madre es del sur, cerca de la frontera con Ucrania.
-¿Y hasta cuándo vive allí?
-Hasta 2018 que me vine a España. Toda mi vida, vamos.
-O sea que tiene toda su vida allí. Familia, amigos, recuerdos...
-Afirmativo.
-Vayamos a ellos. ¿Cuáles son sus orígenes?
-Mi familia por parte de madre es del sur, pero tienen que migrar hacia el norte tras la explosión de Chernóbil.
-¿Tan cerca estaban del desastre?
-Estaban muy cerca de Pripyat (ciudad utópica de la URRS construida junto a la infausta central nuclear), que estaba a quince kilómetros con la frontera con Bielorrusia. Mi madre vivía con sus padres en Bragin, que a su vez estaba a unos 45 kilómetros de Chernóbil. De hecho, mi abuelo tiene medallitas al valor porque entraba a sacar y meter gente en la central en las tareas de evacuación. Él era camionero. Las cosas, obviamente, se pusieron muy feas en esa zona y deciden mudarse más al norte.
-Eran los últimos coletazos de la Unión Soviética, pero usted no estaba ni pensada aún. Nace en 1997, y lo hace en una república independiente como es Bielorrusia, pero es un estado al que se le sigue considerando satélite de Rusia. ¿Por qué?
-Hooombre. Y tanto que lo somos. Y eso que en principio no eran ni aliados ya que Bielorrusia iba a ser tan independiente como otras repúblicas como Letonia, Lituania o Estonia. Pero claro, allí tenemos a Lukashenko como presidente, pero es un dictador por derecho formado en la URSS. Vamos, cuando yo nací ya era el presidente de la República y ahí sigue todavía. Siempre Lukashenko se llevó bien con Rusia hasta que hace quince años le entró un siroco 'to' fuerte en la cabeza y empezó a planificar sus cosas, que si un referéndum, que si voy a gobernar toda mi vida... Tuvo sus más y sus menos por eso con Moscú, pero a la larga siempre hemos sido aliados de Rusia.
-¿Cómo es el sentimiento ruso dentro de Bielorrusia?
-Como dos hermanitos. Tengo un ejemplo para que se entienda cómo estábamos visto los bielorrusos cuando íbamos a otras repúblicas. En Letonia, por ejemplo, cuando íbamos a un supermercado teníamos que hablar a las dependientas en bielorruso porque en ruso no te atendían pese a que se entiende y habla en todas las repúblicas postsoviéticas. Los rusos no suelen entender ni el bielorruso ni el ucraniano mientras los bielorrusos entendemos los tres idiomas. Ese trato que recibíamos me hizo ver que esas repúblicas no se querían llevar bien con Bielorrusia por su afinidad con Rusia. Yo la verdad que nunca entraba en eso, pero no estaba bonito.
-Algo parecido a que el típico catalán malaje atienda en catalán a un nota de Zamora a sabiendas, ¿no?
-Correcto, eso mismo. Así me sentía yo, que me importaba un 'carago' todo ese rollo entre políticos y demás.
-¿Qué me puede contar de su niñez?
-Yo nací en un pueblecito (Kirovskaya), que más un pueblo era una zona de campo. Recuerdo ir con vacas, plantar tomates y comer tierra literalmente con los juegos típicos de niños. Tampoco salí de una cueva, pero digamos que vengo del campo (risas). Imagina un pueblo agrícola de la España de los 50, pues parecido. Del campo nos mudamos, teniendo yo seis años, a la ciudad, a Vitebsk, donde empiezo a ir al colegio.
-¿A qué se dedicaba o dedica su padre?
-Él es albañil, pero de los buenos; con su propia cuadrilla. Tiene una pequeña empresa que se dedica a hacer casitas.
-¿Cuántos hermanos tiene?
-Mis padres se separaron y tengo un hermano de 15 años de mi padre y una hermanita por parte de madre de 9 años.
-Termina su colegio y después qué hace.
-Me voy a la universidad, que estaba en una ciudad cerquita a Vitebsk y que se llama Polotsk. Allí me licencio como financiera a los 20 años.
-¿Qué aficiones tenía?
-En el colegio hice patinaje sobre hielo. Lo practiqué a nivel profesional hasta los 16 años.
-¿Aún se lleva en Bielorrusia eso de profesionalizar el deporte a edades tempranas si se reúnen las condiciones como se hacía en los países satélites de la URSS?
-Claro, claro. Si te veían buena te hacían del equipo y te exigían, pero a la larga tuve un trauma por estrés emocional y no pude seguir. Eso sí, lo pasé bien y gracias a ello pude disfrutar de viajes a otros países del entorno de Rusia con los que íbamos a competir. Viajábamos mucho, pero lo acabé dejando por un tema personal.
-Vaya. ¿Tan serio fue el tema?
-A mí me gustaba muchísimo patinar, pero sabía que no podía seguir también por lesiones que tuve en la rodilla. Luego tuve la suerte de encontrar otro deporte que practicar a nivel profesional como el short track. Ya de manera ociosa me ha dado por el slackline .
-Volvamos a la etapa universitaria. Ha dicho que estudió Finanzas. ¿Le fue bien? ¿Vivía en residencia, con sus padres o en pisos de estudiantes? ¿Qué recuerda de esa etapa de su vida? ¿Cuántos años pasó?
-Bueno, yo no sé ni cómo lo saqué porque apenas estudiaba, pero sí trabajaba. No sé cómo funciona en España, pero allí las estudiantes tenemos una persona que es como si fuera nuestro representante en la facultad, una especie de tutor pero que se encargaba de comunicarnos que teníamos que organizar un evento, ya fuera un concierto, un catering para invitados de la universidad, una cena de gala... Nos sacábamos nuestro dinero con esas actividades vinculadas a la universidad. Estaba súper bien porque teníamos la excusa de no ir a clase porque teníamos que preparar el evento de turno. En la universidad viví en una residencia llena de bloques. Apenas dormíamos, pero tampoco es que estuviéramos de fiesta todo el tiempo porque, entre otras cosas, no se permitía. Estuve cuatro años estudiando la carrera.
-¿Tenía muchas normas la residencia?
-Tela. La residencia pertenecía al Estado y si no llegabas antes de las once te quedabas la noche en la calle porque cerraban la puerta y no la abrían hasta las seis de la mañana.
-Se puede decir que su vida en su país no ha sido una vida en plena libertad.
-Correcto. Nunca lo he podido vivir. Aún me sorprende ver a la gente aquí hablando tranquilamente de Sánchez, del Rey, de Juan Carlos, de este tonto y del otro... Allí abres la boca y dices algo de Lukashenko delante de un policía o alguien del régimen que va de paisano y te llevan 'palante'. Allí no hay libertad ni derecho de expresión.
-Termina la carrera en 2018 y me ha dicho antes que lleva aquí desde ese mismo año.
-Afirmativo.
-Algo me he perdido o viene algo gordo ahora.
-A ver, yo terminé la carrera y me vine tres meses de vacaciones a España.
-Espere, espere, espere... Entiendo que como viaje fin de carrera y para celebrarlo. ¿Se vino sola y se quedó ya? ¿Vino con amigos, amigas, novio, novia, familia?
-A ver, yo estoy casada con un español.
-¡Acabáramos! Cuente eso bien y desde el principio.
-Lo explico. Yo conocía al que hoy es mi marido desde 2013 gracias a un videochat internacional para practicar idiomas y los dos coincidimos y nos conocimos con el de inglés. Empezamos a hablar, nos gustamos y poco a poco nos quisimos seguir conociendo.
-Está bueno eso, sí. Su inglés y su marido. Fue la cosa rápida, ¿no?
-(risas) Correcto.
-¿Y cuándo lo conoces físicamente?
-En 2018.
-Lo que viene siendo por el viaje fin de carrera.
-Exacto.
-¿Pero erais novios durante ese proceso de aprender inglés?
-Bueno, no puede decirse así de tajante porque el rollazo lógico de las distancias y de que nadie podía ir a ver al otro, pero sí, manteníamos el contacto siempre.
-Ok, ok. Voy entendiendo ya. Vayamos a ese viaje de tres meses que hace tras la carrera y en el que lo conoce. ¿Vino con un gran equipaje y con la posible idea de quedarse?
-Que 'vaaaaaaaa'. Yo vine con una mochilita pensando que venía para una semana, máximo un mes. Y al final fueron tres meses y porque me quedaban solo cuatro días de visado.
-Y con él hablaría en inglés porque entiendo que de español ni papa, ¿no?
-Ufff, pero ni papa, chiquillo. Yo veía a la gente de aquí hablar y le preguntaba si se estaban peleando.
-Toda va bien esos tres meses pero llega el momento de la despedida y de qué hacer con vuestras vidas. ¿Cómo se van sucediendo los hechos?
-Básicamente hablamos de eso, sí. Yo estaba ya en Bielorrusia, donde tenía que pasar, supuestamente, seis meses por el tema del visado de largo plazo, que solo te deja 90 días en otro país. Pero resulta que pasa un mes y mi marido me llama y me dice . '¿Y si te digo que no hay que esperar seis meses y que te puedes venir para acá ya?' Total, que me cuenta que podemos hacernos pareja de hecho. O sea, que hiciera las maletas, recogiera la documentación y que saliera volando para Cádiz.
-Entiendo que el tema de ser financiera en Bielorrusia lo manda a por pipas. ¿Pero lo manda por amor, por convicción o porque sabía que su futuro no estaba en su país hubiera o no conocido a su marido?
-Yo sabía perfectamente que no quería vivir en Bielorrusia porque es un lugar que no te da ninguna oportunidad de evolucionar así que ni dudé salir por amor.
-Y cuando comenta la idea en casa, ¿qué le dicen sus padres?
-Mi madre lo flipó y mi padre, que yo pensaba que no me iba a apoyar porque él es muy recto, muy soviético, muy cerrado y serio, al final se lo tomó bien, pero porque antes hicimos una cosa que estuvo mejor. Le dije a mi novio que antes de 'rogbarme'...
-Con b o con g. Que no es lo mismo, pero viene al caso.
-(risas) Con b, con b. Le dije que antes de robarme entre comillas mi familia tenía que conocerle. Así que cambiamos de planes, pero no de ritmo porque en menos de una semana se presentó en Bielorrusia para traerme a Cádiz previa presentación de mis padres, a los que les cayó muy bien. Mi padre me dijo, literal: 'Parece buen chaval; no entiendo un carajo lo que me está diciendo, pero parece serio y me vale'. Yo le dije, 'gracias, padre'. E hicimos la maleta después de cinco días y nos volvimos. Eso era verano de 2018.
-¿Y os llegáis a casar?
-Sí, pero antes firmamos los papeles de pareja de hecho en el registro civil en marzo de 2019 y nos casamos en una notaría de Cádiz. Casarse por la iglesia hubiera supuesto un lío más porque yo soy ortodoxa.
-Y os venís. Obviamente, llegaría sin apenas amigos, ni idioma. ¿Fue muy duro?
-La verdad que esos primeros meses fueron de depresión total porque yo soy una persona muy sociable y tenía mis amigos y mi vida en mi país. Pero también digo una cosa, en esos tres meses que vine de vacaciones me fui entendiendo ya muchas cosas.
-¿Cómo fue aprendiendo el español que se ve que tan bien ya domina?
-No lo sé (risas).
-Ni cursos ni nada. ¿En serio? Cuénteme el método.
-Nada de nada, en serio. En esos tres meses vivimos en casa de mi suegra en San Fernando y por ejemplo, cuando nos poníamos todos a ver series por la noche en el salón me ponían los subtítulos en inglés. En realidad, cada vez que estaba la opción de subítulos los poníamos para yo irme haciendo con todo. Mis suegros se portaron genial y hacían por hablar más lento conmigo y entre ellos para que me fuera enterando. Recuerdo en diciembre de 2018 una situación muy graciosa en El Corte Inglés con mi suegra. Ella me hablaba en español y yo le contestaba en inglés. Y claro, la gente de al lado, flipando. Así nos íbamos entendiendo. He tenido suerte con mis suegros porque hablan inglés perfectamente y gracias a ellos mi adaptación al español ha ido sobre ruedas sin cursos ni nada. Y lo escribo mejor que lo leo tengo que decir (risas).
-Bueno, estamos en 2018 con su correspondiente y lógica depresión ante todo un mundo nuevo y desconocido. ¿Cómo se va montando poco a poco en ese mundo del que ahora ya forma parte?
-Al principio, apenas salía de casa, pero gracias a mi suegro comencé a trabajar en el muelle. Él conocía a una persona que era jefe en una empresa de cruceros. Yo hablaba inglés, ruso y ya me defendía en español. Total, que se enteran que va a venir un barco ruso y yo daba el perfil perfecto para ser guía turístico. Estuve medio año pero lo pasé genial porque cogía a los turistas, los montaba en un autobús para Sevilla y allí los llevaba de un lado para otro.
-¿Y por qué lo deja?
-No podía más porque ya comencé a trabajar como camarera también. Antes de venir al Muelle Uno, curré también en el Aguatapá de la playa dos meses. Eso sería verano de 2019. Mi rutina era esta: Yo tenía que estar en el muelle para recoger a los turistas a las siete de la mañana y a las tres volvía de Sevilla para meterme a trabajar en el bar a las cuatro y ya salir de noche. Apenas descansaba y acababa reventada. Dormía menos de cuatro horas. No tenía más remedio que dejarlo si no quería morir de cansancio.
-Dentro de la hosteleria, qué le gusta más. ¿El copeteo o el almuerzo?
-Prefiero las copas. Y eso que la gente suele ser más pesada. Me sirve para conocer a la gente, hablar y mejorar mi español. Me gusta más las copas que la comida porque es otra charla, otra emoción. En el almuerzo o el café todo es más lento, aburrido. Además, tengo la suerte de que este sitio tiene una muy buena clientela. No hay niñateo.
-¿Cómo es la gente de Cádiz? No la meteré en el lío de que la compare con la de San Fernando porque ya bastante ha dicho de Lukashenko y su amigo Vladimir y aquí la gente es más peligrosa, pero, en serio, ¿cómo es el cliente de Cádiz?
-(Risas) La gente de Cádiz es la polla. Eso sí, como cliente son tan buena gente como pesados y exigentes. Pero me lo paso genial porque me va el jaleo. Tengo una historia muy graciosa del colegio y que a la larga fue premonitoria. Me pasó con una profesora que daba Historia y que me decía que yo debía haber nacido en España por mi forma de ser y de hablar. La gente en mi país es muy seca mientras que yo me tenía que acostumbrar a hablar con un boli en la mano para no moverme mucho porque me decía que parecía que estaba bailando sevillanas. Esto de trabajar aquí me encantó desde el primer día. Justo el día en el que llego y me veo a un tío chillando desde la terraza'¡Quilloooooooo!' a otro que estaba en San Juan de Dios. En ese mismo momento me dije 'Esto es lo mío; aquí me quedo'. Y aquí estoy.
-Aquí está mientras su país está en guerra. ¿Cómo lo está llevando?
-Mi familia está muy cerca del conflicto. El otro día mi abuela y mi madre me contaban que están cortando un montón de kilómetros de carreteras de su ciudad y que están viendo pasar tanques, helicópteros dando vueltas, misiles sobrevolando. Están acojonados. Y yo, con ellos, claro.
-¿Tiene familia rusa?
-Parientes lejanos, pero nulo contacto. Eran familiares que igual que mi madre mudó al norte a mediados de los 80, ellos siguieron hacia Rusia.
-¿Cómo lo está llevando su familia?
-Buah, mi padre lo está flipando y maldice a Putin. Él, como yo, lee muchas noticias en Telegram y demás canales libres y está angustiado, la verdad.
-Antes lo definió como muy soviético. ¿Qué expresa eso?
-No soviético del comunismo y eso, no. Digo que es muy serio, con sus costumbres y tradiciones, pero no antiguo. Es muy ruso, como se suele decir.
-Y su madre, ¿cómo lo lleva?
-Ya le he preguntado que si se quiere venir, aquí tiene su casa. Mi madre me dice que ella se queda, pero yo le contesto que ella haga lo que quiera pero que a mi hermana chica me la manda si la guerra se alarga. El problema ahora es el visado porque hace cuatro meses hubo movidas de manifestaciones contra el presidente y la Unión Europea cerró la entrada para los bielorrusos. Por eso conseguir el visado ahora es más complicado. De todas formas, ella está intentando mover el mundo para conseguirlo para mi hermana.
-¿Qué le dice la gente de aquí sobre su guerra a usted que es bielorrusa y, en teoría, aliada de Putin?
-La gente parece que no se entera porque piensan que sólo es un conflicto entre Rusia y Ucrania. Entonces, al decirles que yo soy de Bielorrusia, me suelen contestar con un 'ah, pues que suerte que no te pilla' y hacen bromitas y todo. Yo me indigno y les digo que de 'qué estáis hablando, señores'. Hay ejemplos de lo que pasa. El primer día, soldados ucranianos, que saben muy bien diferenciar entre rusos y bielorrusos, ya estaban diciendo que hay militares bielorrusos atacando su país. Por lo tanto, estamos metidos hasta el cuello. Entre otras cosas porque se están lanzando misiles a Ucrania desde suelo bielorruso. Esta semana precisamente se han podido ver helicópteros con banderita de Bielorrusia implicados en el conflicto al mismo tiempo que nuestro presidente está diciendo que no quiere saber nada de la guerra a su gente. Pero eso que dice no se refuerza con lo que hace. De hecho, Lukashenko acaba de firmar la movilización de hombres de 18 años a los 55 para que no puedan salir del país.
-Y la gente de Bielorrusia. ¿Está más con Rusia, con Ucrania? ¿Qué cree que piensa su pueblo?
-Nosotros no queremos guerra ni queremos nada. Nosotros nunca nos metemos en nada porque tenemos nuestras propias preocupaciones. Aparte de no tener derechos ni libertades, lo único por lo que miramos es por la familia. Lo que nos importa es comer; la política nos da igual porque nunca hemos formado parte de ella. Así que pasas tres kilos. Es verdad que ahora la gente está flipando y hay mucho opositor que está pidiendo salir a la calle a protestar. Pero hay otra mentalidad que recuerda lo que pasó en 2020, año en el que hubo elecciones y salió la gente a exigir derechos y no funcionó ya que hubo un montón de detenidos, muertos o huidos. No es nuestra guerra aunque la sea igualmente porque, queramos o no, se nos considera aliados de este tío. Lo que sí sabemos es que Putin es el que la tiene más larga siempre. Nadie esperaba que invadiera y lo ha hecho. Y lo que va a pasar es que va a seguir apostando todo lo que tiene sobre la mesa y nadie le va a parar. Y cuando tenga Ucrania, irá a por otro estado y la OTAN no hará nada. Y cuando tenga todo lo que quiera, otra vez volverá a hablar y nadie dirá nada hasta que la OTAN o EEUU tengan que hacer algo.
-¿Qué piensan los jóvenes de allí sobre la política?
-La juventud allí pasa de todo hasta que no toquen a tu familia. Y en parte los entiendo porque nunca hemos estado acostumbrado a ello. Mi primer año en España lo flipaba en colores viendo a la gente hablar como si nada de política, o leyendo por la mañana el periódico, discutiendo en los bares. Yo en Bielorrusia no me enteraba de nada y solo cuando pasaba algo muy grande me lo decía mi abuela y ya me ponía al dia de lo que fuera. Si hubiera habido una apocalipsis del fin del mundo seguro que los jóvenes de mi país nos hubiéramos enterado ese mismo día.
-Y como residente española, ¿qué le parece el papel de España mandando cuatro avionetas como quien dice?
-Por una parte, de corazón, me parece absurdo lo que está haciendo la OTAN y Europa, pero por otro, con cabeza, tampoco se puede ir de loco por la vida. Por poner un ejemplo, me parece una tontería que España mande 5.000 cascos o 5.000 metralletas cuando Ucrania no tiene 5000 personas para que las usen. Para qué van a mandar muchas armas si lo que hay son tres gatos.