Con 'C' de Cádiz
«Yo puse de moda los relaciones públicas en Cádiz»
Javi es un emprendedor no sólo de los negocios, también de una vida a lomos de aventuras empresariales que se detiene para sentar cabeza aunque sin parar de maquinar ideas. «Tuve dinero para diez años y me lo gasté en dos». Promete
Javier Díaz González (Cádiz, 1969) es y va a seguir siendo de todo en una vida que se ha puesto por montera y se seguirá poniendo a pesar de los pesares. Con 17 años hizo el petate y se fue a Galicia para volver al año y medio y convertirse en informático. Rebelde e inconformista por naturaleza, se lio la manta a la cabeza y apostó por el pádel cuando en España solo lo jugaba Aznar. Por el camino fue dejando amores consolidados, furtivos y de calle, mucha calle, esa de la que salió siendo vecino del Beni de Cádiz en el Mentidero.
La vida pasa factura a los excesos pero lo vivido está blindado en su memoria, que la hace pública sólo hasta lo que puede contar para no comprometer a terceros. Charlar con Javi da para un libro para mayores de 18 años. Se conoce Cádiz por los cuatro costados y ha hecho amigos tanto en el cielo como en el infierno. Y siempre con esa sonrisa con la que ahora lleva adelante un negocio de comida italiana cerca de los juzgados de San Jose. Esta es tan sólo la última aventura empresarial de un emprendedor con boquetes en las manos. Personas como él deberían tener más de una vida...
Javier ha sido un crápula, un vividor de lo que se ha ganado para vivirlo, un manirroto y un empresario con sueños cumplidos, rotos, inacabados y en proceso. Lleva mucho vivido y ya ha sentado la cabeza. O eso dice, pero por el camino le ha dado tiempo a montar de todo. Desde la mayor de las pajarracas hasta la mejor de las familias.
-Pádel, informática y desde hace un tiempo hostelero desde la barrera. Más vueltas que un 'volaó' ha dado. ¿Cansa?.
-Soy así y me gusta serlo. De hecho, del pádel doy el salto a la hostelería por varias razones, pero una de ellas es que llevando un club de pádel en Puerto Real le caí muy bien a una señora que su hija trabajaba con nosotros en el club. Pues bien, esta señora tenía El Pelotazo, un bar de comidas cerca de El Barril. Me metió en el almacén a mí solo y no salí hasta que supe hacer los caracoles como ella los hacía. Yo tenía el club en La Salle, cerca del Sancho Dávila. Aquello era una mina de oro. Recuerdo que hice un campeonato y metí a 350 parejas.
-Antes de llegar al final, comencemos por el principio ¿Dónde se remonta su niñez?
-Yo nací en el Mentidero, en Hércules 12. Arriba nuestra vivia la madre del Beni. A los seis años me vine para la Barriada y estudié en Salesianos.
-Recuerdo que algo se le perdió en Galicia, donde llegó a jugar al fútbol. ¿Qué fue?
-A los 17 años me fui a hacer la mili voluntaria a Vigo, a la escuela de electricidad, la ETEA. No sé porque me dio por ahí. Vería 'Oficial y caballero' y me daría la 'picá'. Vete a saber. Allí me dio por el fútbol y jugué en la cantera del Celta, donde coincidía en los derbis con Fran , que jugaba en el Dépor. Yo era diestro y él zurdo y nos enfrentamos en las bandas. Hasta que me escoñé y lo dejé. Allí estuve un año y medio. Lo bueno de moverte tan joven de tierra es que te abre la mente mucho.
-¿Y comienza a emprender a su vuelta?
-Aún no, antes empiezo a trabajar en Procosur como administrativo gracias a un primo mío que era uno de los socios, José María Bautista Romero. Allí conocí a Pepe Andreu, del que aprendí también muchísimo porque tiene una mente privilegiada.
-¿Y dónde se formaba?
-A la vez que estaba en Procosur hacía un módulo de informática, pero donde verdaderamente aprendía era con Pepe, que casi que me adoptó. Me enseñó los secretos y procesos económicos a nivel de empresa. Y con esos conceptos yo informatizaba todo para ponerlo en automático. Yo programaba con sistemas antiquísimos. Recuerdo que yo trabajaba con el Open Access, pero también estaba el Cobol, el Pascal, cosas así... De hecho, cuando me examiné de programación en FP2 se hacía en papel. Los ordenadores llegaron a las aulas en mi último año. Yo hice Informática de gestión comercial, pero donde verdaderamente me formé y aprendí fue en Procosur porque es donde tuve un reguero de conocimiento constante. Cuando empecé estábamos en la calle Magallanes (cerca del Serody) y nos trasladamos a Puerto Real, al Trocadero.
-¿Cuándo empieza a volar por libre?
-Decido abrir mi empresa (INSOFT Informática) donde está la Bombilla, en la calle Valverde. Y allí empezamos a programar a muchas empresitas. Recuerdo que montamos una red MS-2 para muchos, como para Curro el de la plaza, que era un tío genial que falleció no hace mucho. La empresa fue creciendo y creciendo hasta coger un volumen gordo. Llegamos a juntarnos alrededor de 40 trabajadores. Estuve cerca de diez años allí.
-La cosa iba bien por lo que cuenta. ¿Por qué lo deja?
-Yo tenía dos socios y como todo en la vida, sin que sea bueno ni malo, cada uno piensa de una manera distinta a lo largo de años y se crea un desgaste. Yo me veía muy joven y acababa de romper con una pareja con la que me había llevado quince años. Estaba un poco harto y les propuse llegar a un acuerdo para disolver la sociedad pero no quisieron. Entonces les di las llaves y me fui.
-¿Se arrepiente?
-Sí, un poco, pero yo siempre he sido así.
-¿Porque no le ha ido tan bien como pensaba?
-No, me ha ido muy bien a veces y no tan bien otras. Hay que darse cuenta que la gente que creamos empresas tenemos épocas doradas y oscuras. Pero me arrepiento en ese momento porque pienso que era como tirar un trabajo de diez años a la basura por no hacer las cosas bien. Además, con el condicionante de que la informática es una carrera que no se puede recuperar. Si la dejas un tiempo te quedas atrás a niveles prehistóricos. Tengo dos primos que son ingenieros informáticos que han optado por trabajar en empresas de alta tecnología ganando menos solo para poder seguir formándose en su profesión.
-Veo que es inconformista.
-Total.
-¿Y con los años va moderando esa rebeldía que igual no le ha venido siempre bien?
-Claro, lo intento, pero el tema del carácter es complicado porque se muere con él. He desaprovechado muchas cosas al no tener cabeza para los dineros. Me ha faltado cabeza en ocasiones que he ganado mucho dinero, pero mucho.
-De hecho, fue pionero del pádel en Cádiz.
-Total, con el ZF Bull Pádel. Y más a nivel nave industrial porque entonces no existía ningún sitio donde jugar techado en Cádiz.
-¿Cómo se da esa oportunidad?
-Había un chaval que se llamaba Vicente Martínez que tenía un gimnasio muy guapo en la Zona Franca y además montó dos pistas de pádel en una nave de al lado. Él compatibilizaba una cosa con otra y yo le le llevaba la informática. Yo aún estaba en la empresa de informática aunque hicimos una división en la que yo me dedicaba a hacer instalaciones. Trabajábamos para ONO, Telefónica, Amena... Le informaticé todo aquello al tiempo que para meter nuestras furgonetas y material teníamos una nave alquilada a Paco González, con el que yo tenía muy buen 'feeling'. Es él el que me cuenta que el chaval del gimnasio se ha tenido que ir dejando las dos pistas montadas y que le daba mucha pena. Yo le digo que yo no sabía ni lo que era el pádel y él que si 'a esto juega Aznar', que si va a pegar, que si esto, que si lo otro. El caso es que me lo puso tan fácil que le dije que me lo pensaría. Y en esto que aparece la figura de Ignacio Casquero, muy importante en este proyecto. Me vino a buscar y me dijo que confiara en él. Se ve que también Paco González nos puso en contacto. Ignacio me decía que este deporte tenía muy buena clientela y demás y entre eso y que ya estaba con la mosca detrás de la oreja de dejar lo de la informática me acabé decidiendo. Y fue un exitazo.
-Había dos pistas de pádel y una individual en el originario ZF Bull Pádel. ¿Por qué la individual?
-La inventamos nosotros ya que cuando llegamos no estaba. Eso antes no existía. Recuerdo que para montarla hablamos con la Federación Española y con un club de Mallorca que también tenía el mismo problema de espacio que nosotros. Nos quedamos a medias de patentarla. El caso es que entre las tres opiniones decidimos que el largo estaba bien pero que tendría que ser más ancho. Al final decidimos quitar un panel de largo y otro de ancho de los tres que tienen las pistas de cristal saliendo los seis metros de ancho por los 20 de largo. Por eso es así la pista individual.
-Hablamos de principios de siglo. ¿Viviste el 'boom' del pádel?
-Total. La gente me rogaba que le reservase pista o que no se la quitara. Fue increíble. Conservo muy buenas amistades y relaciones profesionales de esos tiempos.
-Por ese club pasaba todo Cádiz, desde jueces a curritos pasando por políticos y exfutbolistas. Absolutamente todo Cádiz.
-Lo más granado y lo más importante. Yo nunca he sido de pedir favores ni nunca los pediré. Tiene que ser una cosa que me haga falta para mi hijo, pero si llego a ser de otra forma tal vez me hubiera ido mucho mejor. Conozco a todo el mundo en todos lados.
-¿Cómo se le daba el pádel?
-No se me daba nada mal, lo que pasa es que no me gusta porque lo veo un deporte injusto y me considero un tío justo. Se acaba tirando las bolas al que es más malo de la pareja y eso no lo podía soportar. Además, yo eso nunca lo buscaba en mis partidos porque procuraba que todo el mundo jugase y se divertiera que para eso se va a sudar y a echar el ratito. No jugué mejor porque no quise ya que cualidades tenía.
-¿Y por qué deja el ZF Bull Pádel?
-Sentimentalmente siempre me he movido entre tinieblas hasta que ya he sido mayor. Estaba un poco harto de todo y hablando con Juan (el actual dueño del club, que ahora se llama Padel Gades) le digo que lo quiero dejar. Entonces me pregunta que cuánto quiero por el club y le respondo con una barbaridad. Y coge y me dice el 'hioputa': '¿na má que eso?'. Llegamos a un acuerdo y se lo traspasé. La verdad que Juan es un fenómeno, lo que le pasa es que es como yo, que es muy confiado. A Juan lo introduje yo en el pádel. Recuerdo que jugaba con él contra el Picota y Javi Lacave, que eran 'mu cabrone'. Siempre nos ganaban porque le tiraban todas las bolas a Juan, que ahora es mejor que los dos juntos (risas).
-Deja el ZF y sin embargo monta otro club de pádel en Puerto Real. ¿Y eso?
-No, no. Cuando dejo el ZF me pego dos años sin hacer nada viviendo de la renta. Vivía en Cayetano del Toro y estaba soltero. Imagina. Tenía dinero para diez años y me duró dos. Hasta que conocí a la que es mi mujer y madre de mi hijo.
-Y vuelve al ruedo.
-Exacto, pero no del tirón al pádel. Yo sabá que tenía que hacer algo ya que no podía estar sin trabajar. Y empecé otra vez con la informática con un amigo, Agustín, que es como si fuera mi hermano. Él estaba llevando el mantenimiento del insitituto Alberti y le digo de montar algo juntos. Y nos fue muy bien, la verdad. Hará de eso unos quince años. No le pusimos ni nombre a la empresa porque recuerdo que usamos el de una zapatería que montó mi hermana tiempo atrás. Al estar ya la sociedad hecha le cambiamos solo los nombres y 'palante'. Se llamaba 'Calzados Cádiz'. Era gracioso porque muchos clientes cuando les llegaba la factura me preguntaban que qué coño era eso. Yo les decía que qué más les daba si el ordenador o lo que fuese se lo habíamos dejado de lujo. Esa época la recuerdo como mi segunda gran etapa de éxito porque también vuelvo a la noche y a ganar mucho dinero.
-Lo que vienen siendo los cubatas, ¿no?
-Sí. Hablé con Nacho (que ahora tiene el Bare Nostrum de Asdrúbal), que es muy amigo mío. El pobre se partió el tendón de Aquiles en mi club. Él tenía el Diábolo y le planteo un verano hacerme con una barrita pequeña que tenía en el piso de arriba. Yo le pagaba al mes por el alquiler y la verdad es que me fue muy bien gracias a mis amistades y a los hijos de las amistades que hice tanto en la informática como en el pádel. Muchas noches había más gente en el piso de arriba que en el de abajo, que incluso a veces estaba vacío. Tanto fue la cosa que hasta Nacho, que ya estaba un poco quemado de la noche porque sus amigos ya eran padres y demás, me dijo 'quillo, quédate tú con el bar'. Yo tenía una cosa y era que me venían muchos niños bien de Cádiz a los que o bien conocía a sus padres o a ellos mismos de que venían a jugar a mi club. Era una clientela muy enrrollada. Después también cogí El Hoyo (Manuel Rancés esquina con Beato Diego), pero la noche es dura, muy dura. Da muchas satisfacciones, pero también inestabilidad.
-El Hoyo marcó una época. ¿Cómo llega ahí?
-Miguel Doñoro era el dueño del local y me llama porque ve que El Diábolo funcionaba. Me propone que cogiera El Hoyo, que no iba muy bien. Yo vi el local y me gustó bastante. Tenía una buena música y un gran personal. Yo puse de moda los relaciones públicas en Cádiz para mover el nombre del bar. Eso no existía. Había veces que tenía hasta catorce en la calle. Fue muy bien. Teníamos al lado el Nahu y nos lo cargamos.
-Y llega un momento en que pone punto y final a las copas, ¿no?
-Los años van pasando, la noche es dura y yo era algo sinvergüencilla. Pero ya no era solo eso. Cerraba a las 3, limpiaba el bar, compraba por la mañana... Total, que le digo a Nely (su mujer) que si no le gustaría hacer algo relacionado con el deporte. Entonces dejamos el Diábolo porque Muñoz Arenillas ya se fue a la venta y no ha vuelto a crecer la hierba por ahí. Y salió la oportunidad del club de pádel de Puerto Real. Estaba muy bien situado, no tenía apenas competencia y las instalaciones además también tenían una pista de futbito, cuatro pistas de pádel, una individual y un bar. Yo vi que allí había dinero lo que pasa es estaba muy desatendido. Y lo cogimos. Lo pusimos muy bonito y comenzamos a moverlo llegando a tener mucho éxito hasta que tenemos que dejar El Hoyo porque era mucha tela trabajar también de noche.
-¿Si iba tan bien por qué lo deja a los tres años años y medio?
-Económicamente no me lo monté bien porque gastaba más dinero de la cuenta en el club y pequé de un exceso de confianza. Para colmo, hubo un problema con el contrato al ser ese club del colegio La Salle, que es quien le da la concesión a un señor que fue el que me lo alquilaba. Nos iba tan bien que nos acabaron echando. Y entramos un poco en crisis hasta que decidimos irnos a otro club de pádel pero en El Puerto, que estaba en el polígono Urbasur y se llamaba Antares. Allí hemos pasado también tres o cuatro años muy buenos. Éramos el peor club de El Puerto y teníamos la mejor clientela. Yo allí daba clases de pádel a lo mejorcio de El Puerto. Pasa que también nació nuestro hijo y el tiempo ya no daba para tanto. Además, vivíamos en un chalet en El Puerto y las abuelas estaban el Cádiz y ya mayores. Entonces decidimos venirnos de nuevo a Cádiz a pesar de las buenas amistades que hicimos en El Puerto y lo bien que estábamos.
-¿Y de la pala a la sartén?
-Más o menos, pero no sin antes discutir un poco porque en las parejas, como en los negocios, cada uno tiene su forma de ver las cosas. Al final, le dije a mi mujer que decidiera qué quería montar. Y decidió coger un bar pequeñito, un bache, que está en la plaza de San José justo al lado del juzgado de guardia. Nely decía que ese bar era bueno para los desayunos. Total, yo me dedicaba a llevar al niño al colegio y nos fuimos a vivir con mi padre porque mi madre acababa de fallecer y los alquileres empezaban a estar desorbitados. Y muy bien que estuvimos a pesar de que aquello no era negocio. Y yo lo sabía. Es verdad que ella buscaba tener las tardes libres y ese bar se las daba porque abríamos a las seis de la mañana y a las tres ya estaba cerrado. Al final, lo hablamos y decidimos irnos al bar Marconi para metemos por derecho en la hostelería de comida.
-Un sitio de paso, estratégico, aparentemente complejo, frente a un colegio, distinto. ¿Cómo le fue?
-De maravilla. Allí hemos pasado muy buenos ratos. Además, concidí con un gran amigo mío que es Antonio el gitano (rubio) que se había jubilado y que me ha enseñado todo y más. Después también tendré algo de mano para cocinar, pero se lo debo todo a él en cuanto a hostelería se refiere.
-¿Cómo es el gaditano como cliente?
-Cádiz es complicado porque la gente no quiere pagar lo que valen las cosas.
-¿Por qué dejan el bar Marconi?
-Porque nos ponemos malos. Mi mujer tiene cáncer de pecho y yo tengo una cardiopatía congénita grave. Estamos de baja los dos. Ante esto, entendemos que debemos irnos porque el Marconi éramos nosotros; ella en la barra y yo en la cocina. Seguir sin nosotros no tenía sentido.
-Y acaban montando un italiano al lado de San José. ¿Cómo os viene la idea?
-Buscábamos un sitio que nos permitiera pagar sueldos y que sea totalmente impersonal y aquí estamos, peleando. Nos vinimos porque hice amistad, en los años de los desayunos en San José, con el dueño de La Noria. Yo venía mucho por aquí porque me gusta la zona; vi un cartel de 'Se alquila', llamé y resultó que era amigo mío. Me lo puso todo muy fácil y aquí estamos.
-¿Cómo se lleva el cambio de clientela entre Marconi y un italiano rodeado de niños jugando?
-Es otro tipo. La del Marconi era un poco más selecta porque allí seguía trabajando con mi gente, esa que me ha comprado la pala, le puesto copas o le he arreglado el ordenador; en cambio aquí es más familiar.
-En una conversación que mantuvimos en el Marconi recuerdo que dijo que su idea era irse a Sevilla a montar algo para ganarlo mejor. ¿Qué hay de eso?
-Lo sigo teniendo en la cabeza, pero la enfermedad lo impide. Imagino que me jubilaré algún día y veré entonces qué actividades puedo desarrollar y cuáles no. También hago cosas algunas cositas de inmobiliarias. Igual llega un día que me separo y me voy a Sevilla a montar algo. Nunca se sabe, pero no creo que mi mujer vaya a tener mal gusto toda la vida (risas). Pero sí, yo muchas veces lo he hablado con Antonio el gitano, que es un fenómeno. Yo paraba mucho por su bar y he conocido a muchísima gente. Eso sí que era Cádiz. Era entrar y recibir una bofetada de Cádiz. Si él se hubiera ido a Sevilla hubiera sido multimillonario. Nadie trabajaba el producto como él. Sevilla es una ciudad muy agradecida con el gaditano. Yo pensé montar allí una especie de Manteca. Incluso lo hablé con Tomás, que también es amigo mío y me dijo que hasta me ayudaba a montarlo. Tomás, otro que se partió el tendón de Aquiles en mi club... Depende de cómo evolucione lo mío y de cómo vaya la vida es algo que sigo queriendo hacer. Por mí lo haría ya. De hecho, ya estaba haciendo gestiones y viendo locales por la Alameda de Hércules.
-¿Cómo ve a Cádiz?
-Mal. En mi opinión, Cádiz está perdiendo la esencia y se está convirtiendo en una ciudad más impersonal. Y a nivel de negocio, creo que la gente no es muy agradecida. Será que yo soy de los antiguos. De esos que si tengo tres duros me los gasto en el bar de un amigo, en la zapatería del otro... Y eso no se puede perder y veo que se está perdiendo.