Cádiz
Las Puertas de Tierra, el nuevo hogar de los sin techo en Cádiz
Traslado masivo en los últimos meses de la Caleta o el antiguo Pemán a las murallas, donde no queda ninguna de las bóvedas de Santa Elena sin ocupar
Más de diez personas sin hogar han encontrado en las bóvedas de las Puertas de Tierra un lugar para instalarse y esconderse del frío.
Una mujer friega el suelo bajo las bóvedas de Santa Elena . «La limpieza no tiene nada que ver con dónde vivas», aclara mientras sale de su pequeña chabola. En el interior hay una pequeña ducha portátil, una tienda de campaña y algún que otro electrodoméstico básico. Fuera, dos pequeñas placas solares aprovechan los rayos del sol cuando el cielo se despeja.
Es sólo uno de los hogares que se han consolidado en los últimos meses en esta parte de las Puertas de Tierra , bajo el Museo del Títere. La zona se ha convertido en un asentamiento improvisado para los sin techo, que consideran las murallas el lugar más seguro de la ciudad de Cádiz. En las últimas semanas han ocupado todas y cada una de las bóvedas, adaptando el lugar para su subsistencia diaria en la calle.
Más de diez personas conviven en un lugar que sirve de alternativa a otros conocidos y ya clásicos sitios de concentración de indigentes. Comparten lo poco que tiene e intentan «vivir de la forma más digna posible». De hecho, la mayoría ha llegado «para no tener problemas» en el antiguo teatro Pemán o bajo el balneario de la Caleta, zonas habituales para las personas sin hogar de la capital gaditana. «Allí hay muchos problemas por las drogas, las peleas y hasta los apuñalamientos», recuerda uno de los nuevos ocupantes del lugar. La orden es clara para el que entra: «Aquí no se vende nada; no queremos eso».
Durante este verano la zona empezó a poblarse y con la llegada de las primeras lluvias y el frío el asentamiento ha terminado por consolidarse. Hasta el momento nadie les ha advertido que deben abandonar el lugar, por lo que están intentando levantar su pequeño asentamiento bajo el resguardo de las bóvedas. «Todo lo que tengo lo invierto aquí» , reconoce uno de los nuevos «vecinos» del lugar.
Han tenido varios meses para prepararse y la llegada del invierno parece no haberles pillado de imprevisto. Sin embargo, a pesar de los cartones, telas y mantas para resistir a las bajas temperaturas, reconocen que «la humedad se nota», sobretodo a primera hora de la mañana.
Fenómeno reciente
La mayoría llevan apenas unos meses y siguen los pasos del más veterano en el lugar, que vive bajo la última bóveda desde junio de 2018. «Me he ido abasteciendo de lo que he creído necesario y no voy a ningún otro sitio», explica.
Cada vez son más los que, como él, aprovechan un espacio BIC (Bien de Interés Cultural) como son las Puertas de Tierra para sobrevivir. «Ahora lo tenemos más avanzado pero cuando llegamos hace dos meses estábamos durmiendo en el suelo. Los primeros días lo pasamos fatal», explica Sebastián, uno de los okupas. Un gaditano «al cien por cien, sin conservantes ni colorantes» que sufre, como casi todos, los dos males endémicos de la ciudad: la falta de trabajo y el difícil acceso a la vivienda.
Tuvo problemas con las drogas durante dos décadas de su vida, aunque desde hace más de quince ha conseguido mantenerse al margen. Ahora que ha vuelto a vivir en la calle pretende retirarse de lo que consideran lugares peligrosos como la zona de «los cristales», el Paseo de Santa Bárbara. «Allí te echas a perder y las drogas no traen nada bueno», reconoce.
Su madre falleció y, tras varios intentos de encontrar un alquiler en Cádiz , quedó relegado a vivir en la calle. Sin embargo, considera que adquirió la condición de sin techo «por ser minusválido». Tiene un ojo ciego y no le permite, recuerda, conseguir un empleo más allá de algunos trabajos puntuales de las diferentes profesiones que ha ejercido:pintor, lavandero, camarero...
La paga no contributiva de 340 euros al mes no le permite acceder a una vivienda y desde hace unos meses decidió invertir en lo que considera su nuevo hogar. 340 euros que son «para dos, para tres y para los que hagan falta» en un nuevo asentamiento en el que «todos comparten» lo que tienen.
Una de las bóvedas son el nuevo hogar para él y su pareja, que conoció justo antes de trasladarse a este lugar. Conchi se quedó en la calle en marzo y vivió durante cinco meses completamente sola en la Alameda Apodaca. «Cuando me vi así encontré un mundo desconocido y no sabía por dónde tirar, qué hacer. Lo que vi más seguro para dormir era la Alameda, donde los chiringuitos estaban hasta las tres de la mañana y había mucha iluminación».
Esta gaditana sufre problemas de salud y se vio obligada a abandonar la casa donde prestaba servicios en San Fernando «las 24 horas del día», según explica. Ante su desesperación, como muchos otros decidió plantarse a diario en las puertas del ayuntamiento de Cádiz para reclamar una solución a su problema, pero «nadie me hizo caso».
« Kichi no pasa por aquí porque le da vergüenza. No sabe qué ofrecernos, dinero no hay y casas tampoco, al final siempre es lo mismo», se queja Conchi, que prefiere no recordar los peligros de la noche:«Una mujer está más expuesta en la calle que un hombre».
Los ocupantes piden una solución y reconocen que el problema «cada vez va a peor» . «Al final, Cádiz te limita mucho», admite Conchi. «Esto ha sido siempre así con los alcaldes que hemos tenido: antes porque era de afuera, ahora el que hay es de aquí y le gustan las chirigotas... pero está todo igual», se queja José Manuel, otro de los nuevos ocupantes del lugar.
Conchi reconoce que en estos meses ha conocido gente que «se ha acostumbrado a esta vida» y al final «no saben vivir si no es en la calle». Ellos sólo intentan adaptarse. Su bóveda es una de las más completas y cuidadas e incluso presumen del hogar que han construido cuando la muestran. «Soy un pobre, pero un rico entre los que vivimos en la calle », bromea Sebastián, que incluso aprecia la belleza de las Puertas de Tierra, donde varias gaviotas se juntan para aprovechar los restos de comida. «Tenemos nuestros bichos particulares: ¡Pura fauna ibérica!».
Conchi responde a la broma:«Nos veis riendo pero los sentimientos van por dentro. Lo hacemos porque si no nos levantamos nosotros mismos no lo hace nadie». «Que venga el alcalde con una llave para un alquiler de 50 o 60 euros. Si hace falta yo arreglo la casa, pero no quiero estar aquí, esto no es vida para nadie », concluye Sebastián.
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