ANÁLISIS
La peligrosidad de los maremotos
El tsunami es el fenómeno natural más dañino existente muchísimo más que ‘su’ terremoto
Hoy, día de ‘Tosantos’, se cumple el 260 aniversario del Maremoto de Cádiz, habiéndose celebrado el 29 y 30 de octubre las ‘I Jornadas Técnicas sobre el riesgo de maremotos en la Península Ibérica a la luz de la catástrofe del 1 de noviembre de 1755’, en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras (UCA), participando 21 ponentes, entre los que tengo el honor de encontrarme. El abanico de conferencias en esta intensa jornada ha sido muy variado, respondiendo a tres partes claramente diferenciadas: histórica, científica y operativa, que tratan en el fondo de responder a una serie de cuestiones asociadas al maremoto de Cádiz, desde cómo fueron sus efectos, pasando por la educación ciudadana, mapas de inundación para la ciudad de Cádiz, registros de maremotos en nuestro litoral, y sistemas de alerta temprana, hasta la explicación de simulacros de intervención, en su parte operativa.
Por mi parte, querría incidir en un aspecto que justifica el interés en hablar sobre este extraño fenómeno: su peligrosidad . El maremoto o tsunami (palabra japonesa) es el fenómeno natural más dañino existente, muchísimo más que ‘su’ terremoto. Los maremotos han producido las mayores catástrofes de la historia. Con sólo una, dos o tres olas espaciadas, el tsunami del Índico produjo unas 300.000 muertes en regiones separadas miles de kilómetros, con unos daños económicos y ambientales enormes, destruyendo infraestructuras de todo tipo. Afortunadamente, dentro de lo mortíferos que resultan, cabría decir que son «relativamente poco frecuentes», como es el caso del Golfo de Cádiz. Sin embargo, si analizamos el caso de Chile, desde el año 1552 hasta la actualidad, se han producido unos 70 tsunamis, entre los que hay que contar el de Valdivia, asociado al terremoto más potente de la historia (9,5 Mw), superándole todavía Japón en número de tsunamis (unos 75), entre los que destaca el reciente de Tohoku, del año 2011. Entre los años 1964 y 2011 se produjeron los 10 terremotos y maremotos más grandes de la reciente historia. Es decir, que vistos de una forma espaciada, ya no son fenómenos tan poco frecuentes, y menos en zonas de Japón y Chile.
A todo ello, hay que añadirles una serie de factores, que aumentan su peligrosidad y dificultan la forma de defenderse de ellos. No avisan, no se producen, como los temporales, por condiciones climáticas adversas, sino, en general, por fenómenos sísmicos o deslizamiento de laderas, de muy difícil predicción. Una vez que comienza el proceso, la onda es capaz de desplazarse a miles de kilómetros, a la velocidad de un jet y llegar a puntos donde no se ha sentido el terremoto. Son ondas circulares, y por tanto se propagan en todas direcciones, pudiendo penetrar, por difracción, en zonas abrigadas, reflejándose en los bordes de la costa. Es una ‘onda solitaria’, que en alta mar apenas se siente, aunque viaje a velocidades supersónicas. Al acercarse a la costa, esa onda se deforma, disminuyendo su longitud de, por ejemplo, 200 Km a 2 Km, lo que provoca que al tener que conservarse toda su masa de agua, la altura aumente drásticamente. Toda esa masa de agua se desplaza por encima del nivel medio del mar, como si fuera un río, más que una ola, a la velocidad de una moto náutica. Si a ello se le añade que su altura puede ser de 15 metros o incluso más, nos podemos imaginar su efecto destructivo, incluso con alturas de ola mucho menores. Ante una montaña de agua en el horizonte acercándose a la costa, el tiempo de respuesta es muy pequeño, cuatro o cinco minutos, y la única alternativa es buscar un punto alto, de unos 20 metros, que sea seguro
Antes de que esto suceda, el mar suele enviar algunas señales, que si las conoces, como le sucedió a la niña inglesa Tilly Smith en la turística playa de Puketh, puede ayudar a salvar vidas humanas, siendo la más frecuente la de que se produzca una ‘extraña’ retirada del mar durante unos minutos. Momento en el que los usuarios de la playa, si no conocen el significado, acuden en masa precisamente a observar tan atractivo espectáculo y a coger todo tipo de especies marinas que queden sorprendentemente a la vista. Lo mismo sucede en los puertos, en donde la retirada del mar puede hacer que los barcos se queden en seco, como sucedió en el primer tsunami de Hilo, en Hawái, en 1946, tras el terremoto de Alaska, y que ocasionó que muchas personas vinieran a ver tan extraño suceso, produciéndose la llegada de la primera ola minutos después. A veces, sin embargo, el aviso de la primera ola, viene anunciada por una subida continuada del agua, fenómeno que a veces se enmascara si existe previamente un oleaje. Los animales suelen actuar también de una forma singular en los momentos previos a la llegada de esa ola, como sucedió en Sri Lanka cuando muchos elefantes huyeron de la costa. Así, en el maremoto de Cádiz, según se relata, el mar retrocedió durante unos 12 minutos, regresando unos 8 minutos después, en una distancia de unos 2,5 Km. La experiencia del maremoto de Cádiz nos enseña el relativo poco tiempo de respuesta si se repitiera, ya que a la ciudad de Cádiz tardó 78 minutos, y menos tiempo para otras localidades, como El Puerto de Santa María (65 min.), y Algeciras y Sancti Petri (45 min.), y sólo 30 minutos para Lepe, en aquella época, una de las zonas con más víctimas. Para complicar aún más el proceso de evacuación hay que decir que las ondas de los tsunamis, que pueden ser varias, espaciadas según las diferentes réplicas, van dejando, conforme se acercan a la costa, ondas separadas más pequeñas, pero también peligrosas, que hacen que, en su conjunto, las dársenas portuarias puedan entrar en resonancia, tardando un tiempo en volver a su estado inicial, dificultando por tanto la evacuación por vía marítima.
Lo aquí expuesto, es sólo una pequeña parte las materias tratadas en estas jornadas, y en la que he querido enfatizar la peligrosidad de este fenómeno, felicitando al mismo tiempo a los organizadores, por haber hecho que con estas conferencias, y su difusión, no cayera en el olvido el 260 aniversario del Maremoto de Cádiz.