DE UN DÍA PARA OTRO

Sé que te molesta mi acento

En lo de colgar etiquetas a los demás según el sonido de su forma de hablar no hemos adelantado ni medio metro en más de medio siglo

Benito Olmo, autor de la novela 'La maniobra de la tortuga', ahora llevada al cine por el jerezano Del Castillo. LA VOZ

J. Landi

Unos sueñan con que le dejen meter, al final del todo, su dinero en la caja de madera. Alguna joya. Un recuerdo. Una foto antigua. Cartas amarillas y lloradas. Otros quieren trabajar, esforzarse, hasta un minuto antes de que les acomoden en el alojamiento eterno. Ansían que una vez entre esas últimas paredes -contrato indefinido y malas vistas- aún les encarguen un poco de faena para impresionar. Por distraer el tiempo. Nada es mejor que nada. Dejo escrito que me instalen dentro una pantallita con TCM sin pausa. Alguna batería gorda habrá. Algún sistema para el WiFi ahí abajo, entre Chiclana y Medina. En ese canal, el Telecinco de los pedantes, apareció antier una entrevista con Natalia de Molina . Una de las actrices en Español con más capacidad para transmitir verdad desde la técnica en la ficción más vital y real: el cine. Ganó dos Goya antes de los 25 años. No hay que esperar a los 75 para decir que desborda presencia, talento y compasión crítica por los personajes. Contaba una anécdota sobre el primer papel. El de su debú y su primer galardón en 'Vivir es fácil con los ojos cerrados' de David Trueba.

Cómprale la tortuga

De Molina está ahora en cartelera con 'La maniobra de la tortuga' , adaptación de la novela del gaditano Benito Olmo y dirigida por Juan Miguel del Castillo. Jerezano, gaditano, que ya mostró mano, corazón y ojo con la desgarradora y modesta 'Techo y comida'. Ahora firma una policíaca y realista. Quizás de las más correctas en España en años. Muestra esta tierra con un tono crudo y al fin desprendido de tópicos gastados, lugares comunes y caricaturas pegajosas. Ni arte, ni gracia, ni lugareños exagerando su condición, ni carnaval, ni flamenco, ni casi playas, ni exhibicionismo de luz. Ni falta que hace. Es un relato más veraz, atractivo e ilustrativo que la mayoría de lo ambientado en Cádiz desde 'Lola la piconera' . Eso sí, conserva el acento. El natural, el del lugar, el nuestro, el suyo. Algo suavizado para facilitar la audición. Como se haría con el de cualquier zona de España o del mundo. Los anglosajones valoran mucho a los actores expertos en los mil acentos británicos o norteamericanos: de Meryl Streep a Daniel Day-Lewis. Los adoptan, los adaptan y saben transmitirlos. Porque -sorpresa- no hay unos mejores que otros.

Fingir de verdad

El acento nunca define al portador. Cuando calificamos a los demás por su sonido al usar una lengua recaemos en la cretinez que nos caracteriza. De Molina anduvo de prueba en prueba. De casting en casting, nada más terminar su formación. Es linarense y creció en Granada . Se presentaba una vez tras otra. Llegaba lejos pero no. Siempre casi, dice. Quedaba la segunda, la tercera. Pero al final, nunca. Un golpe tras otro. Fue a la de Trueba ('Vivir es fácil...') y otra vez al borde. Alguien de la producción le dijo que era una pena. Les encantaba pero necesitaban a alguien con suave acento andaluz oriental, urbano. El personaje era de esa mitad de Andalucía. Natalia había hecho la prueba con impecable acento neutro (el frecuente en las zonas más pobladas de Madrid, La Mancha, León, incluso Cantabria, País Vasco...). "Estaba harta de que me rechazaran por mi acento, decían que no gustaba , tenía que cambiarlo en las pruebas". Lo hizo con excelencia. Ni rastro dejó. Al enterarse de que la rechazaban por carecer de su sonido real y materno pidió que le repitieran la prueba. Tuvo que jurar que era jiennense y granadina. No le creían. Tuvo que convencerles de que había mentido sobre su verdad. Repitió. En andaluz. Rodó. Ganó.

Natalia de Molina, en el Festival de Cine de Málaga. SUR

¿En tu acento o en el mío?

La pequeña historia de la actriz cuenta más sobre la situación y el sentimiento de muchos andaluces que cualquier discurso oído, o que vaya a oírse, en esta precampaña eterna. Cruzcampo presentaba este jueves un experimento social, dice. Publicidad será. '¿Disimularías tu acento por un puesto de trabajo?'. Es el título. Las respuestas son diversas. Y condicionadas. Ya lo dijo Heisenberg. Todos lo modificamos -exageramos, contenemos- según momento, entorno, intención, cámara... Buscamos esa pretendida neutralidad o subrayamos. Otra cosa es que debamos ser evaluados por él. Que algunos andaluces aún sean aconsejados para ocultar sus ritmos y modos al hablar resume como ninguna otra figura retórica el reto principal de partidos y representantes públicos. De alcaldes -algunos teatralizan sin rubor su acento - a parlamentarios, de concejales a presidentes. Nadie en sus cabales dice 'Graná' en Granada ni 'Cai' en 'Cadi'. La utilización interesada o la ocultación vienen a ser pruebas de lo que aún nos separa. El triste y enorme éxito de 'Ocho apellidos vascos', por volver a la falsa verdad del cine, lo muestra. El cliché vende ahora tanto como en la Transición. Ni nos hemos movido. A trabajar cada uno en cabeza propia. Es igualmente necio y cruel que nos descalifiquen como catalogar a los demás por el sonido de su lenguaje. Ni por ceceo, ni por ruso, catalán, gallego, argentino, madrileño, vasco, marroquí... Todos los acentos nacen libres, naturales, bellos e iguales. Otra cosa es lo que se diga, se haga, con ellos. Colgar del sonido características genéricas, prejuicios, muestra una cortedad espeluznante. Pero ahí seguimos todos. Confesemos.

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