YOLANDA VALLEJO - OPINIÓN

Va por ti, Miliki

Desde el inicio de los tiempos, el teatro sirvió como escenario para la exposición de los sentimientos humanos, desde los más trágicos y profundos hasta los más superficiales y cómicos

YOLANDA VALLEJO

Desde el inicio de los tiempos, el teatro sirvió como escenario para la exposición de los sentimientos humanos, desde los más trágicos y profundos hasta los más superficiales y cómicos. El componente de emotividad que tiene la representación teatral es tan importante –o más– que el texto que representa. De ahí que la forma sustituya en muchísimas ocasiones al fondo. Los griegos –los de antes, aunque sigan siendo los mismos– llamaron a la cosa esta de identificarse con lo que ocurre en la escena catarsis, que consiste básicamente en que el espectador reconozca, y hasta transite peligrosamente por las mismas emociones que los actores. Que ría con ellos, que llore con ellos, que se emocione y que sienta incluso la pasión que puede llevarle a negar el conocimiento.

Así las cosas, es fácil entender que cada dos por tres se ponga en pie el patio de butacas en el Falla; siempre hay un efecto catártico entre familiares y aficionados. El mismo alcalde reconoció haberlo sufrido, mientras preparaba un pleno, «aquí llorando como un chiquillo» con el sentido pasodoble de una comparsa. Pura catarsis, puro teatro. Porque si alguna vez había pensado usted que la realidad superaba a la ficción, esta semana, sin lugar a dudas, ha tenido motivos más que suficientes para pensar que no solo la supera, sino que ahora es cuando comprende –de verdad– el significado aquel anuncio, siempre inquietante, en las películas de la sobremesa de su infancia «basado en hechos reales».

Del Hacienda no somos todos –que más que catártico, es esperanzador, qué quiere que le diga– en el ‘no juicio’ de la infanta, a las mil maneras de prometer o jurar lealtad a la Constitución en sendas cámaras, hemos tenido ocasión de comprobar que el Carnaval ha empezado mucho antes de lo que dicen los carteles. Un Carnaval que nada tiene que ver con lo que usted y yo pensamos, sino con la imagen más grotesca y distorsionada que podía ofrecer nuestra sociedad. Y no entraré en descifrar las cosas que se escucharon –o que no se escucharon– en las fórmulas de promesa de diputados y senadores que utilizaron todo tipo de artificios para impactar o para llevarse los puntos del jurado en esa sesión. En catalán, en bable, en plural –una senadora embarazada–, en lenguaje de signos… Por las mujeres, por los trabajadores, por quienes fueron, por quienes serán…

Y rematada en cada caso con «nunca más un país sin su gente y sin sus pueblos», utilizando una doble negación –solo resuelta por el catequista Iglesias al pronunciar «un país con su gente»– tal vez pensando más en la conmoción de la floritura literaria que en la de la gramática. En fin. Nadie se atrevió con un «Iiiiiinnnn», pero poco faltó.

De circo hay quien ha calificado las sesiones constituyentes del Senado y del Congreso. De circo, de teatro de variedades, de vodevil, de lo que quiera usted; de teatro, en una palabra. Y hasta tuvo su dosis de catarsis. Porque si de indignados iba la cosa de Podemos, no han podido conseguir mayor indignación entre gran parte de la sociedad. Y eso que cuesta poner a la gente de acuerdo pero con el gesto –afrecho, que no harina– de Carolina Bescansa, han logrado unanimidad entre las mujeres que trabajamos y que somos madres.

Verá, señora Bescansa. Yo tengo tres hijos. A los tres los amamanté, a los tres les costó muchísimo –como al suyo– adaptarse al biberón, a la cuchara, y a otros brazos cuando se me terminó el permiso de maternidad. Los tres fueron a guarderías, a compartir mocos con otros semejantes a ellos, y a comer sin rechistar lo que le pusieran en el plato. Los tres disfrutaron de esa contradicción de horarios que en este país supone tener una familia. Y a mi hija, cuando su profesor de Infantil la veía entrar con una coleta aquí y otra mirando para Rota le decía «¿Está tu madre de mañana, verdad?». La peinaba su padre, que se especializó luego en coger moños de ballet con tal nivel de perfección, que otros padres y otras madres delegaban las cabezas de sus hijas en él. Nunca llegué tarde al trabajo a causa de mis hijos, nunca me los llevé a mi puesto de trabajo. Sus lágrimas febriles y las mías se mezclaban al despedirnos pero nunca, ni ellos ni yo, sentimos que nos estuviésemos traicionando. Es más, perfectamente «visibilizaron» –era su objetivo ¿no?– que las caricias, los cuidados, las comidas de otros no le quitaban valor a las de su madre.

Porque le voy a decir una cosa, señora Bescansa. En este país ha costado mucho, muchísimo que las mujeres nos incorporemos con total normalidad al mercado laboral. Ha costado mucho, muchísimo que se aprobaran leyes de igualdad y de conciliación para hombres y mujeres, para padres y madres; para progenitores, si es que le gusta más el término. Ha costado mucho, muchísimo que los empresarios no despidieran a jóvenes por el simple hecho de quedarse embarazadas.

Ha costado mucho, muchísimo que no nos miraran como bichos raros por tener tres hijos y seguir cumpliendo con nuestras obligaciones laborales.

De todos modos, sé que a usted eso no le importa lo más mínimo. Sólo quería la foto con su hijo vestido de cristianar laico. Sólo quería abrir los telediarios. Sólo buscaba su minuto de gloria.

Y lo ha conseguido. ¡Va por ti, Miliki!

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación